«La caridad en la verdad, de la que Jesucristo se ha hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo, con su muerte y resurrección, es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad. El amor —caritas— es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz. Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta».
Es el poderoso inicio de la carta encíclica Caritas in Veritate, de Benedicto XVI, publicada esta semana y que se ha convertido, en unas cuantas horas, en un acontecimiento mediático impresionante. Que el mundo tiene sed de verdad lo atestiguan las millones de descargas del documento que, al mismo tiempo de su publicación oficial, ya estaba circulando en siete idiomas por toda la red. Previo a la reunión del G8, en L’Aquila, donde los poderosos se reunieron para ver qué les queda del pastel. No les queda nada sino fijar de nuevo su mirada en Dios. En Dios que es amor.
Si nos aprendiéramos de memoria el primer párrafo, solamente el primero, de la Encíclica, ya tendríamos un programa de vida. El amor es la fuerza que mueve al hombre hacia la justicia y la paz. Pero el amor no es «buena voluntad», no nace, como mero impulso espontáneo, de que yo sea «bueno». Es la huella, el sello, la impronta, la señal, la marca de Dios en nuestras almas. Nadie puede amar al prójimo si no intuye un sentido de trascendencia, si no ve en él la presencia del Absoluto. Aunque lo niege, aunque no lo reconozca, aunque ni siquiera pueda convertir esa intuición en palabras. Como escribía el filósofo católico Gabriel Marcel: «Amor es decir al otro: tú, tú no morirás».
Andamos buscando ejemplos para movilizar nuestra vida hacia el amor. No hay que mirar más que a Cristo, testimonio único del amor del Padre. La caridad en la verdad —nuestra herencia divina, nuestra parte de paraíso— está contenida en la vida, en la muerte y en la resurrección de Jesús. Sus actos, sus palabras, son actos y palabras de vida eterna. Y esa presencia de la salvación, el gozo de sabernos amados por el Amor, es la máxima potencia que revoluciona nuestra alma, es la que permite a la madre las horas largas de la noche entregadas al hijo enfermo; al padre el esculpir jornadas de heroismo para llevar comida a casa, al amigo a ponerse enmedio del peligro para salvar la vida de su amigo… El amor es la fuerza que mueve al mundo, al universo y las estrellas, diría el Dante. El amor en la verdad es Jesús. Y Jesús es actualidad, es presencia, cada vez que en nuestra miserable vida restalla un relámpago de pasión en la entrega generosa al otro.
Lea usted la Encícilica. Memorice su principio. Es un portento de luz en la oscura tiniebla del nuevo milenio. Aleluya: somos una Iglesia que piensa. Una Iglesia reunida en el fuego vivo del amor. Y de la verdad.