Muchas son las enseñanzas de la influenza; enseñanzas que deberían hacernos reflexionar en lo que tenemos que hacer, como país, para no volver a poner en peligro a tantísimos seres humanos, no solamente dentro del territorio nacional, sino —como ha sido el caso— en el mundo entero.
Ya no vale (nunca ha valido, pero, en fin) echarle la culpa al extranjero. Esa mala costumbre de escurrir el bulto debe ser desterrada de los discursos políticos y del lenguaje de los medios de comunicación. Para crecer como sociedad, tenemos que asumir, forzosamente, nuestras responsabilidades y nuestros errores.
Uno de ellos (de nuestros errores) ha sido, históricamente, olvidarnos de los datos de la realidad, de los datos de la experiencia. Le hemos dado más importancia a lo que queremos que pase que a aquello que pasa. Una pintada en las calles del Distrito Federal decía: «Ya no queremos más realidades; queremos más promesas». Cierto es que hemos vivido en crisis por años. Pero también es cierto que no hemos querido enfrentar el feo rostro de lo que pasa, maquillándolo con el dizque bonito colorete de las promesas del mañana.
Otro error —y ese corresponde a nuestras autoridades políticas— ha sido anteponer la ideología a cualquiera otra fuente de toma de decisiones. La ideología o, más bien, los intereses de partido, de clase, de grupo, de pandilla, de cuates, de barrio, de mis amigos, de quienes me pueden tapar las espaldas, de los que vienen adelante y puedo hacer negocios con ellos…
Y uno más: la tremenda corrupción que ha hecho, por ejemplo, que el sistema de salud del país no tenga, ni remotamente, los aparatos, las medicinas, los procedimientos, el instrumental y la gente que necesita y por lo que se ha pagado miles de veces. Como nadie vigila, de cada peso transferido al sector salud, llegarán 30 o 40 centavos a los servicios públicos de primero, segundo y tercer nivel.
Cambiar esto requiere decisión y valor. Es tiempo de aprender las lecciones que nos deja la influenza. Es tiempo de dejar de jugar con el bien de México; de orar y laborar por el bien común.