Del 14 al 18 de enero se celebra en la ciudad de México el Sexto Encuentro Mundial de la Familia, instituido por iniciativa de Juan Pablo II para reunir a la gran familia católica de todo el mundo y reflexionar sobre su riqueza, no solamente para la Iglesia, sino para el conjunto de la sociedad.
Benedicto XVI se hará presente en este Encuentro mediante la tecnología de la comunicación. Primero, el día 14, con un videomensaje grabado y luego, el día 18, en la Misa de clausura, con una transmisión vía satélite en la que orará, junto con miles de familias reunidas en la capital de la República, para que recuperemos –entre todos—a la familia como formadora de valores humanos y cristianos.
Esto es fundamental, absolutamente fundamental. Hemos visto cómo, poco a poco pero de manera imparable, los medios de comunicación, en concreto la televisión, han sustituido a la familia, a los padres de familia, a la escuela y a la Iglesia católica como los grandes formadores de valores humanos y cristianos en nuestra sociedad mexicana.
Es la tele y no la mamá o el papá, el maestro o la maestra, el sacerdote o la religiosa, la que enseña a nuestras nuevas generaciones sobre lo divino y lo humano, sobre el sexo y el éxito, sobre la verdad y la mentira; es la tele la que roba el tiempo (es, por naturaleza, cronófaga) de los niños y de los jóvenes, el moderno tótem que trasmite basura espectacular y la vende como entretenimiento, diversión y actualidad.
Los “valores” se forman con una entrega de 15 años completitos de la vida promedio de un mexicano contemporáneo (con una esperanza de vida de 75 años) a la pantalla, agravada en la última década con la entrega de horas sin remilgo a la computadora. La conversación en la intimidad, las iniciativas conjuntas en las que amanece el amor, la confianza, la solidaridad, la participación social (de la que nace la democracia), el esfuerzo compartido para hacerse de un bien, la ayuda al más necesitado y la oración, son hoy “antiguallas”, trastos viejos de un pasado en el que al otro se le conocía desde el rostro y no desde su imagen virtual; en el que el tú era descubierto por el yo sin intermediarios, en la comunicación cálida que nos abre a la trascendencia y nos permite caminar por nuestra existencia con alegría.
En el Encuentro se escucharán muchos mensajes. Hay uno que habrá de resonar en todos los corazones: ¡que viva la familia cristiana, porque ella es el fermento del mundo nuevo que añora el hombre!