La familia secuestrada

Acaba de salir un libro mío que lleva por nombre el de este artículo. Lo he hecho junto con Editorial El Arca porque muchos lectores lo pedían; muchos padres de familia que quieren entender lo que pasa en sus casas, con sus hijos, están detrás de estas líneas. Yo mismo y mi mujer, que es la que mejor lucha en contra del secuestro de las pantallas a nuestras familias.

Un ensayo parte de una intuición. Esa intuición se despliega en preguntas. Y las preguntas suscitan respuestas provisionales. La intuición es que la familia está desmoronándose y que muchos lo achacan a las difíciles condiciones económicas por las que atraviesa el mundo, pero no es así, al menos no del todo.

Las preguntas son: ¿a dónde va a ir a parar la familia? ¿Va a seguir existiendo? ¿A qué lugar conducirá a los niños y los jóvenes la indudable adicción que ya tienen a las nuevas tecnologías del intercambio de imágenes, sonidos, textos, información útil, inútil, perniciosa, levantisca, inmoral, subversiva y, en ocasiones, luminosa, constructora de puentes? Hay aquí respuestas, pero nunca como recetas de cocina, sino como indicadores de un camino que cada familia puede recorrer —tan antiguo que resulta novedoso— hacia la comunicación que salva.

El secuestro de la familia por las pantallas conduce a la más pura soledad acompañada. Y la soledad es pésima consejera en las decisiones vitales. Sobre todo cuando se cierne sobre el alma de hombres y mujeres que han dejado a Dios en el baúl de los recuerdos de los abuelos, que se rebelan contra la autoridad, contra la tradición y contra el pasado. Cómprelo, úselo. Las cosas siempre pueden cambiar. La revolución comienza en casa.

Publicado en El Observador de la Actualidad