Oraciones y triunfo

Los chiquillos mexicanos de la sub-17 le han dado una alegría inmensa a México. No que todo vaya a cambiar a partir de su triunfo, como dicen que dijo el presidente Calderón, pero sí nos mostraron que si queremos, podemos. Y que si podemos, no tenemos por qué estar metidos en un hoyo tenebroso, como los estamos ahora.

De los ríos de tinta que corrieron, muy poco se dijo (cómo no, si echa para abajo todas las teorías de que la religiosidad del pueblo mexicano es un lastre para el progreso) de la fe de esos chamacos. Al terminar el juego final, que ganaron a Uruguay, ya con la camiseta de campeones puesta, el equipo se reunió en la media cancha, a darle gracias a Dios y a rezar, abrazados, el Padrenuestro.

Más adelante, ya desatada la lluvia, cuando los aficionados habían tomado la salida, el defensa Paco Flores fue a dar gracias en solitario, desde el centro del campo, hincado. El conductor de Televisa estaba sorprendido. Solamente pudo atinar a decir que se trataba de «una escena estremecedora». Para el señor Javier Alarcón será «estremecedor» que alguien dé gracias a Dios por un triunfo, pero la verdad es que debería ser el comportamiento cotidiano de todos nosotros.

No solamente nos pusieron el ejemplo de trabajo en grupo, tenacidad, sacrificio, unidad… También nos enseñaron –mire usted por dónde— a agradecerle a Dios el triunfo, a ser humildes en la victoria, a pedirle su protección siempre. La venda de Julio Gómez en la cabeza herida por el cabezazo involuntario de un jugador alemán, su gesto gallardo al meter el gol de «chilena» que puso a México en la final, fue un portento de empeño. Tan bello como la oración colectiva en el centro del Azteca. O la plegaria bajo el diluvio de Paco Flores. Ése es México. No el que nos pintan los agoreros del desastre.