En el viaje de regreso a Roma desde Manila, el Papa Francisco reconoció que en este 2015, quizá tampoco en 2016, va a visitar México, el país con el segundo número de católicos del mundo.
La explicación que dio el Papa fue convincente para la mayoría de los mexicanos, que vieron con tristeza que el Pontífice no va a visitar este país que con Juan Pablo II y Benedicto XVI ha mostrado al mundo un verdadero fervor por la figura del Vicario de Cristo, pero que entendieron por qué no lo va a hacer “aprovechando” la visita en septiembre a Estados Unidos. Continuar leyendo
Ser periodista en México es más peligroso, incluso, que ser cura (en 2014 México encabezó, una vez más, la lista negra de asesinatos de sacerdotes en el mundo, con cinco).
El nombramiento como cardenal del actual arzobispo de Morelia, monseñor Alberto Suárez Inda por el Papa Francisco, hecho público el día de ayer, domingo, tomó por sorpresa a todos en México, especialmente al propio Suárez Inda.
Un fenómeno, anteriormente callado, silenciado por el poder político, aliado insustituible del poder mediático en México, ha explotado a los ojos de las mayorías: el tema de la migración de niñas, niños y adolescentes a Estados Unidos.
El pasado 4 de diciembre, en un acto realizado en Guerrero, el presidente de México, Enrique Peña Nieto, pidió, quizá con la mejor intención del mundo, a los habitantes de esa sufrida entidad que “superaran” la situación de dolor e incertidumbre que pasan, sobre todo por lo de los 43 normalistas “desaparecidos”. También, que vieran con esperanza el futuro.
Para los mexicanos, todas las explicaciones que den las autoridades sobre el caso de los normalistas asesinados en Iguala van a ser nulas. La razón es muy sencilla: desde 2006 las “desapariciones forzadas” no existen en el país. Por lo que se quiera: la guerra de Calderón en contra del narco que sacó a los militares de sus cuarteles y los puso en la calle; la estrategia de atacar por células al crimen organizado de Peña Nieto; la evidente infiltración del narco en la política y en las policías locales… Lo cierto es que el nivel de impunidad con que se manejan los cuerpos del orden en el territorio nacional hace que toda explicación, incluso de buena voluntad, sea una piedra que se lanza al abismo.
Muchos amigos lectores y amigos de lectores, se han unido, en el país y en el extranjero, a la campaña que propusimos la semana pasada desde El Observador. La idea era –y sigue siendo—indignarnos ante la barbarie, pero, sobre todo, unirnos a orar por México y a hacer algo (la fe sin obras está muerta) por los demás. En el “hacer algo” es en lo que me voy a detener esta vez.
Hay muy pocos mexicanos –por no decir ninguno, que siempre existe la posibilidad de la mosca en la leche—que no estén indignados por el tema Ayotzinapa: ¿cómo se puede “desaparecer” a 43 jóvenes normalistas sin que haya rastros, indicios, cuerpos o recados de ellos? La detención del ex alcalde de Iguala, José Luis Abarca y su señora –dicen—será crucial para dar con los muchachos. Entre tanto, Guerrero se ha convertido en una fosa clandestina. Y luego viene Veracruz, por no decir Tamaulipas, Coahuila, Michoacán, Estado de México…
El pasado mes de septiembre, al participar en el evento “Los 300 líderes más influyentes de México”, el presidente Enrique Peña Nieto dijo que para combatir la corrupción se debe partir de reconocer que “es un asunto de orden cultural”; y llamó a construir “una nueva cultura ética” en la sociedad mexicana.