La reforma fiscal –con ganas de darle al gobierno recursos—avanza hasta tocar las limosnas que los fieles damos a la Iglesia. Es como quererle poner puertas al campo. Lesionar mi iniciativa de darle lo que quiero darle a mi Iglesia para que lo use en el culto o en el trabajo para los pobres, es meterse en camisa de once varas.
No estoy en contra de lo que pretende el Servicio de Administración Tributaria (SAT): el que las asociaciones religiosas modernicen su contabilidad e informen sobre sus ingresos. Pero que tengan que expedir comprobantes fiscales simplificados electrónicos, me parece no solamente excesivo, sino absolutamente inútil. Y, además, lesivo a mi fe que me obliga a ayudar, a través de la Iglesia, a los más necesitados. Continuar leyendo