Nadie puede evitar una sensación de nostalgia: se ha ido un año más de la cuenta con la que Dios nos ha dotado para vivir esta vida. Al mismo tiempo, la ilusión y la esperanza: el año próximo, 2018, seré mejor, me esforzaré más, trabajaré por la casa común, por el bien de los otros, por Cristo en los pobres…
Promesas que, a veces, sirven para calmar un poco el desasosiego del deber incumplido, la presencia rota, el olvido, la falta de verdad, esos pecados veniales con los que vamos cargando la barca (pensando que no la hunden). Quizá la decisión tantas veces aplazada sea ésta: pasar del “quisiera” al “puedo en mi debilidad y con la ayuda de la Gracia”. Continuar leyendo