Debemos muchas decepciones a lo que David Rieff (y mi mujer, con otras palabras) llama filantro-capitalismo. En su libro El oprobio del hambre, Rieff muestra que “jugar a ser dioses”, “pararse el cuellito”, pretender ser “buena onda con los pobres” no disminuye el hambre en el mundo (ni en México, ni en mi barrio). Lo que aumenta es la brutal desigualdad, fruto de todas las amenazas que se ciernen sobre el presente y el futuro del hombre.
Otra de las tesis de Rieff es que tecnología y filantropía –esa cosa tan azucarada y tan abstracta—no van de la mano en nuestro planeta. La tecnología y la especulación sí que marchan juntas. Por eso Gandhi dijo: “En la tierra hay suficiente para satisfacer las necesidades de todos, pero no para satisfacer su codicia”. Continuar leyendo