“A medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí”, dijo en alguna ocasión el escritor uruguayo Eduardo Galeano. Y creo que tiene razón.
Muchos de nosotros fuimos futboleros de chiquillos. Algunos seguimos siéndolo. Las decepciones de nuestro balompié no nos han quitado el gusanito de ver un partido por la tele. Continuar leyendo
En el Mundial de Futbol de Sudáfrica, la FIFA quiso prohibir las manifestaciones religiosas de los jugadores. Nadie hizo caso. Los mandamases del deporte (unos verdaderos tiburones) han querido erradicar a fuerza el tema de las imágenes religiosas, el santiguarse, el rezar, la cruz. Quedan en ridículo.
El año pasado, durante la Copa Confederaciones, un esperpento inventado por la FIFA para ganar dinero, los brasileños salieron a la calle y gritaron al gobierno de Dilma Rousssef un clarísimo ¡ya basta! ¿Basta de qué? De la farsa que consiste en echar la casa por la ventana para que vengan los turistas, incluyendo, por supuesto, los llamados “turistas sexuales” (pederastas), dejen algo de dinero, destruyan a su antojo y se larguen, dejando al país sede con una serie de estadios e instalaciones que luego —como en Grecia— van a terminar en el abandono.