El primero y más penetrante de todos los mensajes de Juan Pablo II fue el célebre «no tengan miedo» de abrir las puertas a Jesús y dejarlo penetrar nuestras vidas. Sonaba bonito. Pero para unos pocos –desgraciadamente muy pocos—se convirtió en una misión; hacer cosas «imposibles» para el mundo; lanzarse al ruedo, dejar de ser crítico de salón, «cristiano de museo» (que diría el Papa Francisco) y cambiar lo cambiable, sin buscar ganar una medalla, salir en la tele, ser nombrado ciudadano del año, etcétera. Continuar leyendo