El séptimo viaje pastoral que ha hecho Francisco a América fue impresionante. Primero, por los retos que tuvo que enfrentar: dos iglesias –la de Chile y la de Perú—duramente cuestionadas por casos de pederastia y abuso sexual y, segundo, por enfrentar la esperanza puesta en él de pueblos que han sufrido sinfín de desastres naturales, políticos y económicos.
Lejos de amilanarse, Francisco se ha ido a meter a Puerto Maldonado, en la Amazonía, para hablar con los pueblos originarios; se fue al barrio de Buenos Aires, en Trujillo, para abrazar a los miles de damnificados que el fenómeno del Niño Costero dejó en el norte de Perú; en Santiago habló con víctimas de abuso y con víctimas de Pinochet, en Iquique, bajó del papamóvil para atender a una carabinera que se cayó del caballo al paso de su comitiva… Continuar leyendo