Decía Chesterton que «obediencia» es la palabra más emocionante del mundo, «menudo trueno de palabra». La más emocionante prueba de fidelidad del padre Pío de Pietrelcina fue ésa: obedecer a su Iglesia, a su vocación, a su fe en medio de la cerrada noche oscura que le atenazaba el alma….
El único misterio de las cosas es que no tienen misterio alguno, decía el poeta portugués Fernando Pessoa. Podríamos decir algo similar del padre Pío: que el único misterio que hay en él es que no hay misterio alguno. La fe no es ningún misterio. Tampoco la obediencia. Ambas son una aventura humana por sobrepasar los límites de lo que «está prescrito», de lo que es «normal». Porque, ciertamente, es «normal» considerar que el alma es libre solo cuando discrepa del orden común.
Los «bien pensantes» le reprochan al padre Pío que no se haya rebelado frente a las «injusticias» cometidas contra él por la Iglesia, por Dios (al enviarle los estigmas), por el mundo. Otros le echan en cara, justamente, lo contrario: su perenne busca de notoriedad. Un santo no deja conforme a nadie. Lo suyo –y más en San Pío de Pietrelcina—es la provocación.
Finalmente, ¿la santidad es un misterio? Vuelvo al viejo Chesterton: «Cuando se elige algo se rechaza todo lo demás». Elegir, con libertad, a Dios es rechazar al resto.
Publicado en El Observador de la actualidad el 17 de febrero de 2019 No. 1232