Voy a partir de un fenómeno que nos iguala a todos. Es la primera vez en la historia que vivimos dos historias: una, la de todos los días, la nuestra, la que nos toca vivir; y la historia que inventan los medios.
Curiosamente, poco a poco, la segunda se ha ido imponiendo a la primera. Lo virtual convertido en real y lo real en virtual. Porque lo virtual satisface mis sentidos, mientras que lo real me lastima (y viendo Valle de Chalco, ¿quién no estaría dispuesto a claudicar?).
Este proceso de transferencia entre lo real y lo virtual hace terriblemente compleja la educación de una conciencia crítica. ¿Por qué? Porque la educación es introducir a la persona en la realidad, según la definición que da don Giussani en su librito Educar es un riesgo.
Si esto es así, entonces la educación (formación) de una conciencia crítica tiene dos momentos: la necesaria rebelión contra la dictadura de lo virtual (por ejemplo, cuando considero que es más importante una amistad de mi entorno que una de Dinamarca a la que tengo por el chat) y el posterior esfuerzo para formarme, para añadir conocimiento (por ejemplo, cuando leo un buen libro, sin esperar su adaptación como película, o como dibujos animados).
El núcleo duro del contenido global de los medios de comunicación y de las redes sociales es éste: el mundo virtual es tuyo, tú lo manejas a tu antojo, entras y sales del chat cuando se te pegue la gana; das “like” o borras a quien se te da la gana y “escoges” libremente el programa de TV que te da la gana.
Alimentan nuestra pereza. Confían en nuestra aceptación sin restricciones, nos tratan como espectadores: personajes sentados frente a un foro teatral donde suceden las cosas que “valen la pena”, las que nos divierten, nos informan y nos encantan.
Salir de la zona de confort –a veces del estado límbico en que nos mete, con nuestro concurso, la virtualidad acabada—precisa de un movimiento que muchos de nuestros jóvenes (y nosotros los adultos) no están dispuestos a llevar a cabo: sacudirse la modorra.
Adormilados existencialmente “les va mejor” que viviendo la neurosis del esfuerzo.
En efecto, me parece que es en el Libro del Eclesiástico (¿o en el de la Sabiduría?) donde el autor sagrado alcanza alturas insospechadas cuando subraya que “quien añade conocimiento añade dolor”. La cita no es textual. Pero es estupenda para nuestros fines.
Nadie es introducido en la realidad si no quiere –personalmente—hacerlo. Y nadie puede hacerlo si escurre el bulto, hace como que hace y dice que piensa lo que no piensa. En otras palabras: el aprecio por lo real comienza asumiendo la verdad de lo que existe.
“Aquí nos tocó vivir” era o es el nombre de una serie de TV (Canal 11) que puede sonar a resignación o a aceptación. El que se resigna, bosteza. El que acepta construye. ¿Qué construye? Pensamiento interior (espiritualidad) y expresión exterior (cultura).
En efecto: el que se resigna puede “dolerse” (en el café) de la pobreza y la desigualdad que hay en México. Pero que yo me duela de algo habla “bien de mí”, pero no modifica nada ese “algo”. Sin embargo, el que acepta construye. En lo que se refiere a la pobreza, construye acuerdos ciudadanos no para disimularla, sino para tratar de combatirla.
Bien. Una vez que se da la rebelión contra lo virtual y se busca modificar lo real –para hacerlo más humano—sigue la labor de conocer a fondo la realidad que me circunda. La historia, la geografía, los recursos naturales, la creación literaria, la fe popular, las prácticas de culto, las formas de la cortesía y un largo etcétera.
En este segundo momento, la historia y la poesía son fundamentales, según el prólogo de un libro de Chesterton cuyo autor es Hillarie Beloc. La razón es simple: la historia me ayuda a comprender la historia de los pueblos y la poesía me ayuda a penetrar en el alma de los hombres.
¿Les suena imposible? Comiencen por lo más sencillo. ¿Cuántos de ustedes, por ejemplo, conocen la historia de su familia? Versus, cuántos conocen la historia de Luis Miguel. Sabemos quién es el actor de Star Wars, pero no tenemos ni idea quién escribió La calandria, Angelina, Los parientes ricos.. O ese portentoso soneto que es “El fantasma”.
Somos ciudadanos de una ciudad que no existe. Partícipes de una historia que otros cuentan. Supuestos vencedores en un partido en el que no estamos en la alineación. Y desdeñamos la ciudad que es la nuestra; la historia que podemos contar y el partido en el que jugamos (como centros delanteros).
Una conciencia crítica es imposible que se forme por generación espontánea. Es como querer hacer un gol chutando a la calle.
Por lo menos necesita:
- Un sistema personal mínimo de información
- Una biblioteca mínima personal
- Cierta dosis de curiosidad
- Una enorme admiración por lo creado
Todos aspiramos a un mundo mejor. Pero hay que tomarse la molestia de construirlo.
Orizaba, Veracruz. 4 de marzo de 2016