Rodrigo Aguilar Martínez, obispo de Tehuacán y responsable de la dimensión de familia y vida de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), es uno de los siete obispos mexicanos que estarán presentes en el Vaticano para representar a México en el Sínodo Ordinario de la Familia a celebrarse del 5 al 25 de octubre próximos. En esta entrevista habla sobre temas fundamentales del Sínodo y del futuro de la familia.
¿Qué perspectivas se advierten, desde México y desde los obispos mexicanos, sobre el tema del Sínodo?
No me atrevo a hablar en nombre de los obispos mexicanos. Sí puedo decir algo de lo que veo en el país, también de lo que hemos dialogado en asambleas plenarias y en algunos grupos concretos de obispos: crece la conciencia de la crisis de la familia; desde luego también crece la conciencia de la importancia de la familia en la vida de la persona y en la pastoral de la Iglesia.
Esto ha llevado a la postura clara en muchas diócesis de atender la familia como una prioridad pastoral, en el doble sentido de la familia como objeto de la evangelización, pero también la familia como evangelizadora.
¿Ha habido, entonces, receptividad al hecho de que el Papa Francisco haya decidido que se realicen dos Sínodos para hablar de la familia?
Teniendo en cuenta algunos aspectos del Sínodo pasado, de octubre de 2014, fue significativo que el Papa Francisco haya pedido a los padres sinodales que hablaran con libertad y valentía y escucharan con humildad.
Uno de los obispos participantes en este y otros Sínodos anteriores comentaba que ahora sí ha habido un verdadero espíritu de sinodalidad, o sea de caminar juntos, con oración-reflexión-discusión abierta y participativa. El mismo Papa Francisco corroboró al final del Sínodo la importancia de escucharse todos, siendo normal y legítimo que se piense diferente en muchos aspectos.
Ahora le toca a usted ir…
Sí, ahora que me toca ir como participante, yo confío y me preparo en ese espíritu de hablar con libertad y valentía, de escuchar con humildad.
La celebración de un Sínodo Extraordinario y las polémicas que se suscitaron, sobre todo en la prensa hacia el Ordinario, ¿qué enseñanzas le dejan?
Según el parecer de algunos que sí estuvieron (en el Sínodo Extraordinario), la prensa ha magnificado o manipulado algunos temas; pero parece que otros dicen que sí hubo tensiones. Reitero y espero que haya esa atmósfera que ya he mencionado de libertad y valentía para hablar, lo mismo que de humildad para escuchar.
¿Qué puede pasar en un Sínodo? Muchos andan con la especie de que el próximo va a cambiar muchas cosas de lo que piensa y manda la Iglesia en torno a la familia…
Es importante tener en cuenta que un Sínodo no puede cambiar la doctrina de la Iglesia, sólo precisar aspectos pastorales, metodologías. Ciertamente es importante reafirmar la doctrina de la Iglesia sobre la familia, en concreto su vocación y misión para el mundo actual, con espíritu de cercanía, o sea como pastores con olor a oveja, según nos ha indicado el Papa Francisco.
La defensa de la vida y la familia enfrenta algunos enemigos: ¿cuáles son para usted los más graves?
Una nueva mentalidad de ser humano: indiferente a Dios, indiferente a la relación solidaria; con marcadas ansias de autosuficiencia y egocentrismo, pero arrastrando profundas carencias de identidad y consistencia; hambriento de placer y de posesión.
La vida y la familia siguen siendo valores centrales para cada persona, pero los entiende y los maneja a su conveniencia. Esto, con la permisividad relativista, da pie para que cada quien formule y establezca su plan de vida ajeno muchas veces a la sociabilidad y a la trascendencia.
Pero una sana antropología en perspectiva interdisciplinar, por ejemplo teológica, filosófica, psicosocial, sigue siendo muy iluminadora, ¿no le parece?
La antropología cristiana goza de esa visión interdisciplinar. Toda persona humana tiene en su mente y en su corazón tendencias de verdad y de bien, hasta los más malvados. Es importante ayudar a descubrir y cultivar dichas tendencias trascendentes. Pero también, por otra parte, toda persona humana tiene tendencias egoístas, conformistas.
De hecho las personas santas son las que con más humildad reconocen sus pecados…
Pues bien, conscientes de esas dos tendencias, que cada uno asuma la responsabilidad sobre su vida y el sentido que le quiere dar, sabiendo que cada uno es responsable de sí mismo y ante la misión recibida. A su vez, que en familia se ayuden todos y cada uno a crecer sana, sabia y sensatamente.
En este mundo plural y adverso, ¿qué estamos llamados a hacer en la familia, en la Iglesia?
Vayamos más allá de quejarnos de lo que otros hacen o no hacen: a pesar de la adversidad e incluso permisividad que se ha legitimado al pretender llamar progreso a lo que es retroceso y delito; no dejemos de sembrar verdad, bien y trascendencia desde la más tierna infancia.
En un mundo de corrupción e impunidad, seamos constructores de honestidad y justicia. En un mundo de violencia, seamos constructores de paz, también de perdón y de misericordia.
Publicado en Aleteia