Los pretextos sobran. Que si el bajón de los precios internacionales del petróleo; que si la subida de los tipos de interés en Estados Unidos; que sí la volatilidad de los mercados financieros; que si la apertura a la inversión privada de la exploración y explotación en aguas someras resultó desairada; que si…
Nunca se habla de lo esencial: del enorme despilfarro gubernamental en burocracia, en viajes faraónicos; en giras inútiles, en publicidad de los partidos, en elecciones que, de cualquier forma, ya vienen con los dados cargados; en una democracia-niña que le han negado la posibilidad de hacer adulta.
Pero cuando se trata de recortar el gasto público, a la primera que tunden es a la incipiente intervención cultural del Estado. No se considera prioritaria. Mejor construir un segundo piso que mantener un modelo de televisión pública que, de perdida, aumenta el nivel educativo y cultural de los usuarios.
Esto viene a cuento porque a fines de julio pasado se anunció que debido a un “ajuste presupuestal” —de 232 a 166 millones de pesos— el Canal 22 reducirá poco más de 50 por ciento sus producciones y las horas de programación adquiridas este año, “en el marco de una estrategia que busca reducir su programación en cantidad pero no en calidad”.
Dicho de otra forma: la jibarización del 22 está en marcha. Como, seguramente, estará en marcha la “reducción presupuestal” de todas las expresiones culturales, de servicios al bien-ser de los mexicanos por parte de un gobierno —el nuestro, el del PRI y el del PAN, junto con la izquierda— que se ha empeñado en mantener y acrecentar la ignorancia popular, el embrutecimiento masivo, la parcialización del saber y su encajonamiento en un solo carril: el del consumo.
La Subdirección General de Producción y Programación del Canal 22 tuvo que tragar camote —como se suele decir cuando uno pasa un bocado espeso— para explicar, en un comunicado “la estrategia de ajuste” mediante la cual se ve obligado el Canal a disminuir a la mitad todo, específicamente el número de capítulos de sus series, y a cancelar producciones extranjeras que proyectaba adquirir.
Sin hacer una valoración completa de lo que esto significa para los productores, realizadores, actores, conductores, etcétera, lo que hay que defender son los derechos del público. Y los derechos de los mexicanos a recibir programación de calidad. Sí: otra televisión es posible. Pero no con nuestros gobiernos.
Publicado en Revista Siempre!