México tiene un nuevo Presidente. El viejo PRI vuelve a Los Pinos. Muchos dicen que se trata del mismo partido pero de una nueva sociedad. No estoy tan seguro de que esto sea así, aunque quiero creerlo.
Recién acabo de leer México sin sentido, del filósofo Guillermo Hurtado. En él habla de una reforma moral que es la única que puede sacar a México de la postración material, humana y social en la que se encuentra. Hurtado no es un filósofo católico. No necesita serlo: está a la vista de todos que «en México el valor está supeditado al poder, cuando debería ser al revés».
Hurtado propone «organizar nuestra educación moral en torno a las virtudes», lo cual tomaría tiempo, exigiría sacrificios y, sobre todo, exigiría que el poder fuera noción de servicio. ¿Está preparado el poder para dejar de serlo? ¿Está preparada la sociedad para supeditar al poder y hacerle contrapeso?
Hasta el momento ni uno ni lo otro. Porque hemos sustituido la doctrina social cristiana por un «posibilismo» pragmático en el que todo vale porque no hay nada superior al deseo de los hombres. Y nos dividimos en optimistas o pesimistas. En ambos casos el futuro va a ir mal o va a ir bien sin nuestra participación. Lo cual es servirle al autoritarismo nuestra cabeza en bandeja de plata.
Para recuperar el sentido, México ha de dar el brinco hacia una organización social virtuosa, donde cada uno ponga lo que está de su parte por el bien de los demás. Eso es la democracia entendida como una forma de vivir (y no como un método de elección política). En ese sentido, la Iglesia tiene mucho qué decir. El asunto es que la oigan. Y que nos hagamos oír.
Publicado en El Observador de la Actualidad