Cuando el secretario estatal del Trabajo, Tonatiuh Salinas, ordenó el cierre temporal de la empresa coreana Sam Won, proveedora de Samsung y situada en el parque industrial Querétaro, estaba aplicando, sí, una medida cautelar en contra de la planta y de su supervisor Kim Jaeoak, pero también en contra de un malestar intangible que recorre el modelo de trabajo del nuevo capitalismo, mismo que Richard Sennett analiza y define en un libro fundamental llamado La corrosión del carácter.
La agresión con golpes de artes marciales de Kim Jaeoak en contra de su “compañero” Jorge Alberto Zamora Esparza, ha dado la vuelta al mundo. Captado por las cámaras internas de la empresa fue trading topic de YouTube en poco tiempo. Y no era para menos. El “caballero coreano”, sin decir agua va, le pega un par de patadas y un golpe en la cabeza a Zamora Esparza, le manotea, lo insulta (supongo) y encima, valiéndose de su condición de “superior” coreano, en una empresa de capital coreano, hace que lo echen del trabajo. Cuando menos, en lo que se ve, Zamora Esparza es, más bien, un tipo pacífico.
Se ha procedido contra el coreano por las vías laboral y penal, pero Kim Jaeoak no se ha tomado el tiempo de presentarse a rendir declaración. Ni para presentar nada de nada. A lo mejor él piensa —junto con sus jefes— que hizo bien al patear al mexicano. Al fin y al cabo, ¿qué es lo que los liga a uno con el otro? Una escena como la que hemos visto en el interior de Sam Won es el reflejo de las consecuencias brutales en el carácter del trabajo y de los trabajadores en el nuevo capitalismo, ése que puede situar en el corazón de Querétaro un capital que proviene de Seúl y que tiene que responder a los intereses de Seúl. Hay 350 trabajadores más en Sam Won. Seguramente ninguno —quizá ni Kim Jaeoak— saben para quién trabajan. El nuevo capitalismo —dice Sennett en su investigación— hace desaparecer bajo las nubes de la indiferencia la pregunta fundamental de todo ser humano en el trabajo: ¿quién me necesita?
En realidad, nadie. Soy prescindible como un peón en el ajedrez. Peor aún, como mexicano en una empresa coreana, ¿qué pitos toco yo aquí? Debo trabajar ciegamente para ¿quién? Los nuevos amos, escribe Sennett, han rechazado las carreras en el antiguo sentido inglés de la palabra, como caminos a lo largo de los cuales la gente puede viajar; los caminos de acción duraderos y sostenidos son territorios desconocidos. Esto es lo que le pagamos. No le vamos a respetar nada de las leyes laborales de su país. Tampoco le aseguramos que vaya usted a ascender a ningún puesto. Si se queda aquí es bajo su responsabilidad. Cierto que no está bien que le peguen patadas voladoras, pero tampoco está tan mal. Después de todo, usted puede largarse en cuanto quiera…
El carácter de los trabajadores —su conexión con el mundo, su visión íntima de ser necesario para los demás, su posibilidad de ver en la compañía, en la empresa, en la fábrica un destino compartido— se va corroyendo hasta llegar a los exabruptos del “caballero” Kim Jaeoak y sus trancazos. Es lo que está colectando un régimen de propiedad que no les da a las personas “ninguna razón profunda para cuidarse entre sí”. Un modelo despiadado que, para preservar su legitimidad, medra con la necesidad y aprovecha la reiterada abulia de países como el nuestro para crear empresas, fomentar carreras y construir horizontes de vida buena.
Publicado en el periódico El Universal Querétaro