Hoy está de moda, entre los políticos católicos, decir que una cosa (privada) es la fe y otra, bien diferente, con sus exigencias y sus reglas, es la vida pública. Y que –contrario a lo que sugiere un anuncio de bebida alcohólica—mezclar lo uno con lo otro, no es bueno.
¿Se trata de una ley universal, de una especie de fatalidad que aqueja al servidor público de manera tal que si concibe la política «como una manera de darse a los demás» (Robert Kennedy), o a la democracia como una forma de vida política que «o será cristiana o no será» (Robert Schuman), está equivocado?
El libro que hoy comentamos dice, con claridad, que es posible el ejercicio del poder sin la necesidad imperiosa de renunciar a la fe. Al menos diez gobernantes y un empresario lo hicieron así. Esta es su historia.
Política cristiana o compromiso cristiano
Villapalos y San Miguel hacen un recuento de la obra política de Konrad Adenauer (alemán), Balduino I (belga), Georges Bidault (francés), Alcide de Gasperi (italiano), Ángel Herrera Oria (español), Robert Kennedy (estadounidense), Giorgio La Pira (italiano), Aldo Moro (italiano) y Robert Schuman (francés), así como del empresario Enrique Shaw (argentino). El resultado es un espléndido relato de lo que se puede hacer desde la fe católica en el compromiso público y en la transformación de la sociedad, con arreglo a los valores del humanismo cristiano.
Sin embargo, todos ellos, o la mayoría, aceptaron un hecho incontestable: que no hay, como tal, una «política cristiana»; que una cosa es la religión cristiana y otra el compromiso político de los cristianos. La religión no se hace política sino que alienta una manera diferente y decisiva de comprometerse con los demás, ayudando a la persona a explicar su vocación de trascendencia y el sentido de la vida, así como a entender cuál es el modelo (Cristo) de su actuación política y desde dónde ha de hacer su reflexión y análisis sobre la visión del mundo. No hay un «solo» compromiso político del cristianismo: hay muchos; tantos como vías de respeto a la dignidad de la persona humana. Por el contrario, si ésta no se respeta desde una ideología, el político cristiano nada tiene que hacer ahí.
Humanismo de la razón práctica
Robert Schuman, considerado junto con Konrad Adenauer el artífice de la Europa comunitaria (que hoy reniega de sus evidentes raíces cristianas), decía que el cristianismo es un humanismo razonable y práctico, que hace concebir –de fondo— el cómo hacer o el qué hacer en la política. «Sin pretender aplicar una receta infalible a los problemas de carácter práctico, en donde la oportunidad debe dictar la elección (…), la Iglesia se preocupa de salvaguardar los grandes intereses de los seres humanos: su libertad, su dignidad. (…) La Iglesia se opone a todo aquello que pueda mediatizarlos…», escribió el propio Schuman.
Y eso es lo más importante. Eso fue lo que hizo abdicar a Balduino I cuando el parlamento de su país –siendo el rey—aprobó la despenalización del aborto; eso fue lo que llevó a la muerte a Aldo Moro a manos de las Brigadas Rojas; eso fue parte importante de los motivos por los que Robert Kennedy fue asesinado en un hotel de Los Ángeles, cuando se proponía llegar a la presidencia de Estados Unidos, siguiendo la huella de su hermano John, asesinado en las calles de Dallas… Todos ellos se opusieron a la mediatización de la política en aras del poder, es decir, al uso de los ciudadanos como meros objetos de servicio a los políticos y a los partidos.
Los políticos católicos retratados en este libro sabían –y lo deberían saber todos aquellos que los quisieran emular— lo mismo que alguna vez escribió Álcide de Gasperi, primer ministro de Italia, cuya beatificación está en marcha: «Es preciso que nuestra vida privada esté siempre en consonancia con los principios que defendamos en nuestra actividad pública». Es preciso, justo y necesario.
El Evangelio de los audaces, de Gustavo Villapalos y Enrique San Miguel. Libroslibres, Madrid, 2004.