En efecto, tanto en las dictaduras de izquierda como de derecha —si es que se puede hacer distinción a estas alturas— la primera fase del control de la gente es el control de la libertad de expresión, levantándola en contra de los medios críticos. No se trata de minimizar el papel de la prensa, sino de coptarla, zaherirla, cortarle (desde el poder) la misión para la que existe: mostrar los intersticios por donde se cuela el sentido de la existencia en sociedad y la vida buena.
McCain, que ha tomado una deriva moderada dentro del republicanismo, enfatizó: “Si quieres preservar la democracia como la conocemos, tienes que tener una prensa libre y, muchas veces, adversaria. Y sin ella, me temo que perderíamos muchas de las libertades individuales con el tiempo. Así es como empiezan los dictadores”.
Allá y aquí. En todos lados. Porque sin el libre intercambio de ideas, sin el poder nivelador de la crítica, la democracia se hunde en un juego arbitrario en donde importa tan sólo el cometido del grupo en el poder y sus intereses específicos. Dejar que se cuele otro sentido de la vida en sociedad es el principio básico de la libertad de expresión.
McCain lo entiende muy bien, quizá porque no ganó la presidencia de Estados Unidos en 2008… Pero lo ha dicho, y eso ayuda a toda la resistencia que debe establecerse en la Unión Americana para que el millonario hombre de negocios que hoy ocupa la Casa Blanca no imponga su voluntad y las de los hilos del dinero que se mueven en torno a él. Resistencia que debe comenzar por el propio Partido Republicano. Trump y sus asesores han sembrado, en poco más de un mes en el poder, el huevo de la serpiente. Lo que salga de esta siembra será una tempestad que está en manos de las instituciones estadounidenses hacerla amainar, o dejar que derrumbe el edificio de cristal de una democracia que fue exportada al mundo como si fuera la democracia ideal.
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