Más que un decálogo abstracto (eso se lo dejamos a los políticos), lo que nuestro país reclama de todos los católicos –y de personas de buena voluntad– son acciones concretas; acciones que transformen nuestro metro cuadrado de influencia y que, al sumarse, hagan el cambio. Esta lista es, desde luego, mejorable. Pero es la que se me ocurre:
- Austeridad. Significa usar el viejo principio de la economía de las abuelitas: no gastar más que lo que se tiene. Ahorrar un poco.
- Caridad. El mundo es muy grande. Mi barrio no. Y ahí sé quién necesita ayuda. Darle la mano una hora a la semana es algo que sí puedo hacer.
- Cortesía. Cuando está de moda la injuria, las palabras altisonantes y el enojo, las buenas maneras son un bálsamo.
- Ser exigentes. Primero con nosotros mismos: no podemos exigirle a nadie nada si no abandonamos nuestra zona de confort.
- Cumplir la ley. Es igual para todos. Mentira que haya unos más iguales que otros. En rojo, detenerse, por el bien de los demás.
- Eliminar los lugares comunes. Especialmente el pernicioso dicho ”yo hago como que trabajo y mi patrón hace como que me paga”.
- Honrar nuestra palabra empeñada. Si digo que voy a ir, voy. Si digo que no, no voy. Y el lunes o mañana, son el lunes o mañana.
- Establecer el triple compromiso de no tomar lo que no es nuestro, devolver lo que nos prestaron y arreglar lo que descompusimos.
- Conocer a fondo nuestra historia, leer más (buena literatura), ver menos tele e informarnos sin contar con las redes sociales.
- Seguir con firmeza al Papa Francisco, evitando la corrupción, abriéndonos al encuentro y no cayendo en la mundanidad.
Publicado en El Observador de la actualidad No. 1123