En el Mundial de Futbol de Sudáfrica, la FIFA quiso prohibir las manifestaciones religiosas de los jugadores. Nadie hizo caso. Los mandamases del deporte (unos verdaderos tiburones) han querido erradicar a fuerza el tema de las imágenes religiosas, el santiguarse, el rezar, la cruz. Quedan en ridículo.
Estos Juegos Olímpicos de Río nos han mostrado que la fe de los atletas a ellos sí les importa. Un conductor de ESPN le preguntó al clavadista mexicano (medalla de plata en plataforma de 10 metros) Germán Sánchez cuál era la parte más importante de su triunfo. Sin dudarlo un segundo, el chico respondió: “Dios”. Queriendo atraerlo hacia otro lado, el conductor le preguntó si se había encomendado especialmente a Dios ese sábado 20 de agosto. De nuevo, sin inmutarse, Germán le contestó: “No solo este día; todos los días los encomiendo a Él”. Punto.
La medalla milagrosa y el persignarse del hombre más veloz del mundo, Usain Bolt; el Rosario de la ganadora de 4 medallas de oro en gimnasia Simone Biles; los recuerdos de su escuela católica y los avemarías que reza la más grande nadadora de la actualidad, Katie Ledecky…, las olimpiadas le dieron un portazo en las narices a los “políticamente correctos”. Bajo el Cristo Redentor de Río, no podría haber sido de otra manera.
Por otro lado, en esta edición de El Observador, usted podrá comprobar la cara oculta de los Juegos: ¿por qué mueven tanta corrupción? “Poderoso caballero, don dinero”.
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