Hay dos maneras de salir a la calle para protestar. Una, es hacer la fuerza presente: somos muchos y estamos indignados contra… La otra, es manifestar una convicción y tratar, con argumentos, de influir en la vida pública de una comunidad. La segunda forma es la que nos ha fallado en México, quizá porque nuestras convicciones no buscan influir en las políticas públicas; quizá por miedo (la burra no era arisca, la hicieron a palos).
Traigo esto a colación por la reciente manifestación amplia, abierta, universal (no solamente de un grupo, por más simpático y buena onda que éste grupo sea) que se celebró en Madrid bajo el lema “Cada vida importa”. Explico el contexto: el presidente Rajoy de España es un presidente surgido de “la derecha” (cualquier cosa que quiera decir). Se supone a favor de la vida. Pues no: valió más para él una alianza con el gran capital (local y europeo) y echó para abajo la ampliación de la “legalidad” del aborto. O, más bien, se opuso a ponerle trabas a esta práctica “de la modernidad”.
La reacción fue la manifestación del pasado 22 de noviembre. La consigna de sus partidarios es ejemplar: si no respetas la vida, si no crees que cada vida importa, no te volvemos a votar. He ahí el poder ciudadano: el voto, la próxima elección. Olvidarnos de si a nosotros “nos va a ir bien” con un presidente (gobernador, diputado, da lo mismo) que es mi amigo, mi partidario, me puede dar un hueso… y pensar en el otro, en este caso, el no-nacido.
Los políticos no son tontos. Reaccionan ante estas muestras de fuerza, basadas en el número, pero, sobre todo, en su forma de ejercer el poder. Violencia genera violencia. Aprendamos la lección.
Publicado en El Observador de la Actualidad