El año pasado, durante la Copa Confederaciones, un esperpento inventado por la FIFA para ganar dinero, los brasileños salieron a la calle y gritaron al gobierno de Dilma Rousssef un clarísimo ¡ya basta! ¿Basta de qué? De la farsa que consiste en echar la casa por la ventana para que vengan los turistas, incluyendo, por supuesto, los llamados “turistas sexuales” (pederastas), dejen algo de dinero, destruyan a su antojo y se larguen, dejando al país sede con una serie de estadios e instalaciones que luego —como en Grecia— van a terminar en el abandono.
Las copas de futbol como las olimpiadas —de invierno o de verano— se han convertido en un escaparate brutal de las peores secuelas del capitalismo. Lo que priva en estas competencias no es ni de lejos el espíritu deportivo. El triunfador no es el que se lleva la medalla de oro, sino el mercado que no reconoce límites ni dignidades, que no reconoce miserias o necesidades urgentes de millones de niños que en Brasil andan por ahí a la deriva, siendo presa fácil de los narcos y de los policías. Se dice que el gobierno invirtió 3 mil 400 millones de dólares en construir o remodelar 12 estadios. ¿Para qué van a servir más tarde? Para que el capital siga moviendo a la masa en el torneo local. ¿Derrama? Ninguna.
Es probable que Brasil sea la última copa del mundo de futbol tal como la hemos conocido desde que se celebró la de México en 1970, o la de 1986, ambos copados por el mismo consorcio televisivo, en connivencia con el gobierno: de Gustavo Díaz Ordaz (el mismo de los juegos olímpicos de 1968, cuando, por cierto, se nos impuso el impuesto a la tenencia de autos para “pagarlas”, cosa que, todavía venimos haciendo…) y de Miguel de la Madrid. Aquí, en el segundo mundial, hubieron pocos que salieron a la calle: “queremos frijoles, no goles”, decían las pintas en las bardas del DF. En Brasil las movilizaciones han sido mayúsculas. Y los gremios de maestros, policías, médicos han aprovechado las cámaras para exigir justicia.
El año pasado fueron los estudiantes y las amas de casa, los obreros y los sin tierra los que se manifestaron con el fin de parar la escalada de precios en el transporte público y tratar de aumentar el gasto gubernamental en la educación. Ahora, hasta los mismos ex jugadores de la “verde amarilla” se han manifestado en contra del derroche versus la miseria que aqueja a buena parte del gigante sudamericano. Un país que aporta muchos más multimillonarios que todo el resto de América Latina a la lista de Forbes. Con Lula tuvo su “milagro”. Como en el caso del “milagro mexicano” todo se veía en el PIB. Pero bien lo dijo Robert Kennedy: “en el PIB entra todo, excepto aquello por lo que vale la pena vivir”
Publicado en Revista Siempre!