La intervención del cardenal alemán Walter Kasper en el reciente consistorio de los cardenales celebrado por el Papa Francisco, de cara al Sínodo de la Familia, levantó revuelo. Muchos han escuchado de los medios de comunicación, que la Iglesia va a cambiar ya sus “políticas” –así lo dicen—en materia de acceso a la Eucaristía de los divorciados vueltos a casar. “Es cuestión de tiempo”, aducen los comentaristas sabihondos. En el mismo paquete incluyen el fin del celibato sacerdotal, el “matrimonio” homosexual y la ordenación de mujeres sacerdotes…
No va por ahí: la intervención del cardenal Kasper (a la que el Papa calificó como “preciosa”); éste anunció, solamente, la necesidad de la Iglesia católica de “cambiar de paradigma” respecto a la Eucaristía de los divorciados vueltos a casar que, en realidad, se duelan y quieran volver a la vida de la gracia. Son pocos, pero son. Y ante ellos, recordaba el cardenal Kasper, hay que volver a la parábola del buen samaritano: hay que dejar constancia de la fidelidad a Cristo y unirla a la misericordia. No se les puede dejar morir de hambre eucarística para que sean escarnio y advertencia de los demás…
Kasper se refería a quienes buscan ser uno con Cristo. Aunque la comunión espiritual los hace uno con el Señor, lo cierto es que la Eucaristía, fuente y cumbre de la vida de la Iglesia, amplía esa participación, la vuelve densa, profundísima, como si fuéramos nosotros el acto de Jesús. Desde ahí partía su reflexión. No desde las afueras, como quisieron hacerlo pasar algunos vaticanistas y lo repitieron los merolicos. Faltará mucho tiempo para dirimir el punto. La orientación ha sido fijada por Francisco: volvemos a la Iglesia de la misericordia, la del buen samaritano.
Publicado en www.elobservadorenlinea.com