Estados Unidos, Canadá, China y Corea del Sur ya cuentan con clínicas de desintoxicación para niños adictos a los videojuegos. No es exageración: como cualquiera otra droga, los niños de esta última generación están duramente enganchados a jugar en pantalla. Sobre todo, a “jugar” a matar al otro.
Una investigación reciente, efectuada entre dos mil adolescentes de la comunidad virtual Habbo Hotel, coloca a los videojuegos entre las solicitudes preferidas en la carta a los Reyes Magos. Solo un 4 por ciento de los niños de países desarrollados o en vías de desarrollo piden que Melchor, Gaspar y Baltasar les traigan libros.
Para la totalidad de los padres, el tiempo de ocio empleado con los videojuegos no debería superar una hora diaria entre sus hijos. Estos datos corresponden a una investigación efectuada entre cuatro mil papás de Reino Unido, Francia, Alemania e Italia. Los padres no se involucran en los juegos, seis de cada diez niños juegan en solitario. Y no precisamente una hora.
Porque los videojuegos son hoy los sucedáneos de lo que ayer era la amistad, el barrio, los compañeros de equipo, los conocidos, los familiares, el entorno inmediato. Sirven, sobre todo, para paliar la soledad. El niño aislado prefiere el yo a los otros. Prefiere la máquina a los seres humanos. Prefiere quedarse ahí, en el mundo virtual donde todo lo tiene bajo control, que salir al mundo real, donde no hay teclado, ni puntos qué ganar, ni posibilidades de usar armas de destrucción masiva.
La violencia con que reaccionan al obstáculo, a la mera noción de orden muchos niños tiene, desde luego, una raíz muy profunda en esta soledad incomunicada. Más aún cuando los videojuegos más ofensivos en contra de la dignidad del ser humano son accesibles a todos vía Internet. Repartidos por organizaciones racistas o por conglomerados delictivos, estos videojuegos preparan especialistas en el odio y en el crimen.
Impedidos de repartir su tiempo por la inseguridad de las calles o por la disfuncionalidad de sus familias, gran cantidad de niños se han olvidado del deporte, del juego al aire libre, de la competencia leal, incluso de la mera posibilidad de hacer amigos. Joseph Wizenbaum, catedrático de Informática en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, registró como “bohemios de Internet a los jóvenes brillantes de aspecto desaliñado, con ojos hundidos y vidriosos, sentados al teclado del ordenador, con los brazos tensos y esperando accionar los dedos y que trabajan hasta treinta horas seguidas y su menú se resume a café, bebidas refrescantes y bocadillos. Duermen en catres junto a sus ordenadores. Su ropa arrugada, su cara sin lavar ni afeitar y los cabellos despeinados”.
Muchos de esos niños, bohemios de Internet, podrían hacer grandes aportaciones a la sociedad. Pero están aherrojados, esclavizados a la droga virtual, más aún en sociedad con alto grado de tecnificación, como Estados Unidos, Canadá, China y Corea del Sur ya cuentan con sofisticadas “clínicas de desintoxicación”.
“La adicción de los adolescentes a los videojuegos es uno de los grandes peligros que tiene la sociedad actual. Los progenitores deben controlar el tiempo que dedican sus hijos al entretenimiento”, escribió en un artículo sobre el tema Clemente Ferrer, Presidente del Instituto Europeo de Marketing. Y es muy cierto.
Publicado en Revista Siempre!