La renuncia del Papa Benedicto XVI, la elección del Papa Francisco y la decisión de éste de gobernar la curia romana en forma colegiada, junto con ocho cardenales de la talla del de Boston –Sean Patrick O’Malley—, quien saneó una de las arquidiócesis más golpeadas por los escándalos de pederastia en Estados Unidos, ha mostrado al mundo la capacidad de reforma que tiene la Iglesia católica, a quien las más rancias y conservadoras instituciones y personas –por ejemplo la masonería y los masones— califican como obsoleta.
La renuncia de Benedicto XVI dio muestra de la profunda libertad del vicario de Cristo en la tierra. Cuando se le suponía atado a un sistema que lo rebasaba por todos lados, víctima de oscuras aspiraciones de monseñores y banqueros mafiosos, da un portazo a sus detractores y se retira (no se baja de la cruz) a orar y a ofrecer sus sufrimientos por la Iglesia.
Luego, la elección de Francisco. Un robusto borbotón de poderoso amor y sencillez salió por el techo de la Sixtina en forma de humo blanco. Y con ese viento fuerte quedaron hechas añicos las predicciones de un Papa a la medida de los infiltrados en los sótanos del Vaticano. El talante fresco de un jesui-ta argentino ha venido a recordar uno de los grandes olvidos frente a Jesús: Su buen humor.
Finalmente, el golpe maestro. Quien pensaba que la Iglesia católica era cosa de un magnate, de un dictador, de un inaccesible poder imperial disfrazado de blanco, se habrá quedado atónito con el anuncio de que la curia y el gobierno de la barca de Pedro será compartido con ocho cardenales: Errázuriz, Rodríguez Maradiaga, Pell, Bertello, O’Malley, Gracias, Semeraro y Pasinya. ¡Qué grande época del papado nos ha tocado vivir!
Publicado en El Observador de la Actualidad