En la penúltima sesión de la legislatura de Querétaro, por 17 votos en favor y uno en contra, fue aprobada la reforma al artículo 24 constitucional propuesta por el Senado de la República.
Los diputados, encabezados por el presidente de la Mesa Directiva, el priísta Hiram Rubio García, echaron atrás las especulaciones que muchos hicimos (me declaro partícipe de ellas) en el sentido de que iban a meter esta reforma en la congeladora. Le entraron y, a juzgar por la declaración de Hiram Rubio, le entraron bien. Querétaro es el sexto estado que aprueba que en México haya libertad religiosa. Falta que otras 11 entidades hagan lo mismo para que se haga constitucional.
Siempre hay prietos en el arroz. Escuché a reporteros, comentaristas y vi notas en el sentido de que los diputados queretanos “aprobaron la enseñanza religiosa en las escuelas públicas”. He leído y releído la tímida reforma que le quita prohibiciones y protagonismos al Estado en el “otorgamiento” de un derecho humano fundamental. En ningún lado —ni en letra chiquita— hay indicaciones al respecto.
Se puede inferir, desde luego. Si uno tiene mentalidad de la Reforma, es decir, si todavía piensa que hay una guerra entre liberales y conservadores, y que éstos últimos quieren traer a Maximiliano, vale, habrá catecismo en la escuela “Niño artillero”. Pero si se tiene un par de dedos de frente, no hay tal. Es la vieja consigna reiterada: “el clero se quiere apoderar de nuestros niños” (y quitárselos a Televisa, que los trae apersogados). ¿Sabe el amable lector, el promedio de sacerdotes católicos por número de fieles que hay en el país? Uno por cada 17 mil. ¿De dónde, por Dios santísimo, va a tener “el clero” la capacidad de catequizar a infantes mexicanos?
En este afán de sospechar de todo y de todos —no voy a aludir tal barbarismo inventado por Creel— algunos mediadores en México se cargan olímpicamente las posibles riquezas de trabajar en conjunto en una materia tan sensible —y tan abandonada— como lo es la educación. Apenas esta semana un estudio de la UNAM daba a conocer que existen cerca de 6 millones de analfabetos mayores de 15 años en el país, 60% mujeres y el resto hombres. ¿No habría que poner focos de alarma ante un 5% de la población adulta de México que está mutilada socialmente hablando, y que ha perdido el derecho que da la capacidad de conocer los demás derechos, como lo es la educación?
La iglesia católica ha sido educadora en miles de pueblos y comunidades del país. Pero no: hay que echar para atrás todo lo que huela a incienso y sotana. Aunque sea bueno. En los apuntes a sus hijos, Benito Juárez reconocía lo que era evidente: que de no haber sido por la escuela católica a la que lo mandó su tío, sus días habrían terminado cuidando cabras en San Pablo Guelatao. Incluso se llegó, desde Echeverría hasta Salinas, a eliminar las clases de moral porque entrañaban “valores religiosos”. Qué estupidez. Fuera anecdótica, si no viéramos hoy las calles y las plazas del país regadas de cadáveres. Jóvenes, la inmensa mayoría. Sin valores, la inmensa mayoría. Dejados a la suerte del narco y del crimen, la inmensa mayoría. Analfabetos y desmoralizados: todos.
Despreocúpense los que ya miran curas frente al pizarrón. Ni la reforma al 24 los contempla ni la Iglesia los va a poner ahí. No hay, que diría Héctor Suárez en aquel personaje histriónico que tan bien representa a los compatriotas del no por sistema. Del “no, porque lo digo yo”.
Publicado en el periódico El Universal Querétaro