Como una exhalación se pasaron los tres días que estuvo el Papa Benedicto XVI en México. Luego fue a Cuba. Las comparaciones nunca han funcionado. El Papa-teólogo, el Papa alejado de la masa, de pronto se dio un chapuzón de multitud en León, pero sobre todo en el Parque Bicentenario de Silao, en donde un gentío cercano a las setecientas mil personas (porque fue lo que se programó, además que los boletos se entregaron tarde) hizo fiesta—miles de jóvenes— desde un día antes de la celebración de la misa.
Con este nuevo aliento, el pontificado de Benedicto xvi puede correr la misma suerte que el de Juan Pablo ii. Es decir, el ser modificado por la fe popular del mexicano. Salir, como lo hizo, a platicar con las familias apostadas en el Colegio Miraflores de León, donde se hospedó —dijo más que mil discursos. El Papa se quedó —como Juan Pablo ii— con el corazón colgado a México. Hacerlo romper el protocolo es muy raro. Ponerse un sombrero de charro, rarísimo. Pero más extraño aún el que haya hablado tan campechanamente con la gente que los esperaba, con los mariachis…
Lo que sí es un milagro es la reacción de las televisoras. Huelen audiencia y no les importa que un día sus “talentos” cuezan a patadas al diccionario, a los valores del lenguaje y de la ética, y al día siguiente se hagan lenguas con el mensaje de paz, amor, unidad y solidaridad del Sumo Pontífice.
En verdad que la visita del Papa fue pastoral. El Vaticano es muy cuidadoso de no tocar cuestiones que pudieran significar, ni de lejos ni de cerca, un empujón del Papa a un partido político. Aún así, los candidatos a la presidencia, junto con otros aspirantes de la región a puestos de elección popular, se acercaron al Parque Guanajuato Bicentenario, se arrodillaron e incluso comulgaron. Todos con la firme intención de ganarse la buena disposición del ochenta y tres por ciento del electorado que es católico.
Pero el mayor de los milagros de Benedicto xvi no fue que Vicente Fox y Andrés Manuel López Obrador se saludaran. Fue el despliegue de melcocha publicitaria que, de pronto, hizo de un pueblo sumido en la triste desesperanza en un pueblo unido, lleno de valores del Evangelio, etcétera. Zapatos para caballero, transportes, relojes, plazas comerciales, chocolates, jugos, películas, gobiernos y bancos se “unieron” para darle, en León, la bienvenida a Su Santidad, augurándole que llegaba a una tierra de paz, de promisión, de puro bien común.
El pueblo de México es festivalero. Y las cadenas comerciales de tv, así como los políticos o las compañías de publicidad lo explotan a decir basta. Si la gente se diera cuenta cabal del mensaje del Pontífice, sobre todo en el sentido de la congruencia entre fe y vida de los católicos, entonces ya no bailarían tanto al paso del convoy papa por el bulevar López Mateos de León. Sentirían en su espalda el peso y la obligación de obrar correctamente. Y de promover la paz con justicia.
Pero para eso tienen a la tele, al gobierno y a los banqueros, para decirles que México es siempre fiel… Y que viva el Papa.
Publicado en Revista Siempre!