Máscaras

La Cristiada no fue una guerra política. En el fondo, fue una batalla por defender la libertad religiosa. Desde luego, la defensa de la libertad religiosa de un pueblo abrumadoramente católico es la defensa de la libertad de la Iglesia católica de participar en la vida pública. Por no hacerle caso al pueblo católico de México, en enero de 1927 comenzó un baño de sangre horroroso.

Dicen que la política es la continuación de la guerra por otras vías. Desde los «arreglos» que dieron fin a la Cristiada (junio de 1929) hasta hoy, México está rezagado en uno de los caminos de la paz, quizá el más importante de todos. Se sigue haciendo política contra la religión en general y contra la Iglesia católica en particular. Guerra de baja intensidad.

La libertad religiosa se define como libertad de expresar la fe en público y en privado. Las posturas laicistas creen que libertad religiosa es tolerar que una bola de fanáticos nos reunamos con el cura cada domingo, a puerta cerrada, a oír sermones piadosos y a venerar ídolos. En su «tolerancia» está su ignorancia.

El estreno nacional de la película Cristiada (que explicamos en las páginas 2, 7 y 14 de este número), abre el debate, de nueva cuenta, sobre la insuficiente libertad religiosa que padecemos en México. Y digo «insuficiente» pues aún con la recién aceptada inclusión –en el artículo 24 constitucional— de la frase «libertad de religión», años de intereses políticos y de adoctrinamientos escolares han rendido frutos.

Según el último reporte Libertad Religiosa en el Mundo (“Rising Restrictions on Religion”, agosto de 2011), del Pew Forum on Religion and Public Life, México obtiene la siguiente calificación: la libertad religiosa tiene restricciones altas-moderadas por parte del gobierno y restricciones altas por parte de la sociedad. Nos somos como los países islámicos, pero nos parecemos bastante. La diferencia es que allá matan y aquí, simplemente, no dejan vivir. La libertad religiosa no admite mediaciones. O es libertad o no es más que una máscara. Y México, desde 1929, es el país de las máscaras. El reino privilegiado de la simulación.

A ver si antes de su centenario (2026), la Cristiada termina.