Contagiosa

La ley no hace al hombre bueno. No lo hace vivir en un paraíso, aunque le evita vivir en el infierno. La reforma al artículo 24 constitucional –aprobada ya por el Senado— cumple los mínimos requeridos para establecer las bases de la libertad religiosa, pero los mínimos ni garantizan la libertad ni le dan el peso que requiere la propia religión.

El nuevo texto del Artículo 24, tras su reforma, señala: «Toda persona tiene derecho a convicciones éticas, de conciencia y de religión, y a tener o adoptar en su caso la de su agrado…». A mi juicio, un sancocho que confunde ética, conciencia y religiosidad con deseo, gusto o agrado. Restringe la religión a la participación en ceremonias, actos de culto y devociones. Y, tangencialmente, la vuelve a meter en la sacristía pues le confiere un carácter de peligrosidad a los excesos de piedad vistos por la gente. Son contagiosos, como el virus de la influenza.

Necesitamos algo diferente: que la ciudadanía reconozca que la religión es un aporte válido para construir el bien común de la nación. Que la religión es fuente de paz, de concordia, de respeto por el otro y por la naturaleza. Por lo menos lo es en toda la gama de expresiones cristianas. Hasta ahora –y es el espíritu de la reforma al 24 constitucional— la religión es sinónimo de atraso, de violencia, de esquilmar al pueblo, mantenerlo boca abajo.

Pero, ¿cómo hacer que la ciudadanía reconozca –y nos reconozcamos como difusores de— la religión como un aporte válido al bien común? Usando los medios de comunicación. ¿Repitiendo «Señor, Señor»? Por supuesto que no: ya se ha mostrado hasta el cansancio que la religión es rechazada por los medios. Los estereotipos del cura, del santurrón, de la monja, de la beata, son del todo conocidos como para pensar que ellos van a transmitir el bien que provoca la religión (y el Evangelio). Se trata de algo radicalmente opuesto: integrar en el contenido mismo de los medios el hecho de que la religión es un aporte válido al bien común. Y que la libertad religiosa es –como lo expresó el Papa Benedicto XVI— uno de los caminos (quizá el más importante) para lograr la paz.