Se fue el Papa. Los que estuvimos cubriendo su visita nos dimos cuenta de cuánto le cambió el rostro. Llegó muy cansado. Se fue a Cuba feliz. Tanto que dijo comprender ahora a su venerado predecesor, Juan Pablo II, por qué decía que era «mexicano». No hay ninguna duda de que México sabe cantar, bailar y festejar. No es malo. Al contrario. Pero cuando se trata de práctica religiosa, es otra cosa. Muchos se van por el sentimiento. Por el corazón. Y se olvidan de seguir las enseñanzas del Magisterio.
Recupero una sola frase de la homilía del Santo Padre en la Misa del Parque Bicentenario: refiriéndose a Cristo Rey, que corona el Cerro del Cubilete, dijo: «A Él, a Cristo, le pedimos que reine en nuestros corazones haciéndonos puros, dóciles, esperanzados y valientes en la propia humildad». ¿Un corazón puro? ¿Y eso para qué sirve en medio de una sociedad como la nuestra del «sálvese quien pueda»? ¿Un corazón dócil? ¿Qué no sabe el Santo Padre que la docilidad es la mejor justificación para que te traten como una basura y abusen de ti? ¿Y la esperanza? Esa cosa tan rara, que habita en el corazón de los que tienen la fe del carbonero. ¿Valor? ¡Humildad? Por Dios, con perdón, pero esas son cosas del pasado. Lo de ahora es rebelarse. Contra todo y por todo. E instaurar la dictadura de mi opinión, en contra de la verdad.
El Papa repitió una y otra vez, en su viaje al Bajío, que quien tiene a Cristo en su corazón puede cambiar al mundo. Se lo recordó a los jóvenes en el Bicentenario; se lo dijo a los niños en la Plaza de la Paz. Quien tiene a Dios no se repliega en su propio bienestar; se entrega a la causa del Evangelio y con alegría intenta construir un mundo nuevo. Pero eso exige. Exige mucho: oración, disciplina, estudio, trabajo en contra de la vanidad, del orgullo, de la ira, de la pereza…
Si hubiésemos escuchado bien a JPII «otro gallo nos cantaría», como dicen en el rancho. Si no escuchamos a BXVI nos vamos a estancar en el laberinto de nuestra soledad. Y, finalmente, quien vive dentro de un laberinto no sabe a dónde va, porque tampoco sabe de dónde viene.
Es tan cierto lo que dice, congruencia es lo que nos hace falta, verdadera fe y que no nos importe ser raros en el mundo, atrevernos a dar Gracias antes de una comida en un restaurant a decir no abiertamente aunque nos critiquen y educar a nuestros hijos de acuerdo al evangelio, no es facil pero no imposible.