Suelo no «celebrar» la muerte de nadie. Me parece bastante contrario al cristianismo. Pero en el caso de Christopher Hitchens, autor, entre otros títulos, de God is not Great. How Religion Posions Everything (Dios no es bueno. Cómo la religión envenena a cualquiera), un como regusto no de alegría, sino de amargura, me vino al corazón, más cuando leí aquí mismo, en El Observador, la nota que sobre él hizo el padre Tomás de Híjar Ornelas.
Murió el pasado mes de diciembre de 2011, a los 62 años, en Houston, víctima de un cáncer esofágico. Era partidario de todo aquello que estuviese en contra de Dios, en lo general; de la religión, en lo particular, y del cristianismo, muy en específico. Déjenme darles dos «joyas» de la inspiración de Hitchens:
–La religión es violenta, irracional, intolerante, aliada del racismo y el tribalismo, invierte en la ignorancia, es hostil hacia el librepensamiento, despectiva hacia las mujeres y coactiva hacia los niños.
–La madre Teresa (de Calcuta) es una de las pocas intocables en el universo mental de los mediocres y los crédulos.
Podría seguir hasta el infinito con una sarta de estupideces muy propia de cientos de «intelectuales» que niegan, con una convicción digna de mejores causas, las convicciones de los demás, especialmente de los «católicos romanos», los papistas, como suelen denostarnos quienes entienden solamente una parte de la Encarnación: la que les conviene.
Pero, ¿puede haber muerte más triste, más desesperada, más infeliz que la de un Hitchens? No, no lo creo. Porque, bien visto, ¿qué destino es la nada? ¿Cómo se puede optar por la nada negando a Dios, maldiciéndolo, enfrentándose a la Iglesia, convirtiéndola en una institución perversa, que no respeta a los niños, a las mujeres, al pensamiento, a la historia, a la cultura?
Pascal –que entendía muy bien la psique humana—hizo su famosa teoría de la apuesta: si Dios existe y eres bueno, te salvas; si Dios no existe y eres bueno o malo, no pasa nada. Pero si Dios existe y eres malo, te condenas. ¿A qué le tiras entonces? Ignoro –como es obvio—si Hitchens se arrepintió en el último segundo. Él dejó dicho que no lo iba a hacer. Que Dios lo perdone.