En el reciente acuerdo para transmitir menos información sobre la violencia, los medios de comunicación se olvidaron de los niños, del miedo que están introduciendo, día con día, en la intimidad de su ser al bombardearlos, literalmente, con contenidos violentos, desde las caricaturas hasta los anuncios de la disfunción eréctil que les ponen al medio tiempo del futbol.
Levine en 1996 demostró que por la violencia televisiva, los niños se vuelven mucho más temerosos del mundo que los rodea. Y Bandura en 1968 demostró que pueden ser mucho más agresivos de lo ordinario, con capacidad de hacer daño “gratuito” a los demás. Tanto el aumento del acoso en las escuelas primarias y secundarias como la cada día menor presencia de los jóvenes en los asuntos de la vida pública, pueden ser indicadores de lo que está produciendo la televisión en los menores.
Una televisión cuajada de violencia en sus contenidos. La información, en ese contexto, quizá sea la que menos cuente a la hora de propiciar conductas antisociales o apología de la violencia. Obviamente, existe una entronización del aparato por ausencia de espacios de diversión seguros en el ambiente en que se desenvuelven nuestros niños. Cada día la superficie verde es tragada por la mancha de concreto de las ciudades.
Los dueños de las cadenas y los gobiernos creen que con hacer pactos entre ellos van a solucionar la situación en el futuro. Lo mejor que podrían hacer es olvidarse de esos pactos. Y ponerse a trabajar en reducir al mínimo, quizás a cero, los contenidos de violencia, por ejemplo de las caricaturas. Ocho de cada diez conflictos se resuelven en ellas a garrotazos. Los pequeños aprenden que la ley del más agresivo es la que impera. Y la que es la única ley visible. Es imposible que crezcan pensando de manera diferente, cuando se exponen a diario al aparato en un promedio de cuatro horas.
Los videojuegos, las películas y todo el entramado que rodea a la pantalla, están llenos de escollos para el crecimiento en la paz. La información viene a ser una consecuencia de un mundo al que se le ve con temor y con rencor. Pero existe una red de contenidos violentos que pasa, impunemente, desde la mañana hasta la noche, en los horarios en los que se supondría están los niños frente a la pantalla. Recordar esto, frenarlo, desaparecerlo puede sonar utópico. Pero no lo sería si viéramos lo que está en juego. Y lo que está en juego es una niñez sin vida, que será una población adulta desesperada. Violenta.
Publicado en revista Siempre!