La Encuesta Nacional de Adicciones que lleva a cabo, constantemente, el Consejo Nacional Contra las Adicciones, demuestra que el problema más importante que enfrenta hoy nuestro país es el consumo inmoderado, temprano, constante y abusivo de alcohol.
Las consecuencias de carácter familiar y social, de salud y de relaciones productivas, accidentes, violencia, crímenes, robo, etcétera, saltan a la vista. Lo que no resalta mucho es la relación entre alcoholismo y pobreza.
En ese sentido, resulta muy importante el estudio realizado por Cáritas Mexicana IAP, a través del Centro Lindavista, llamado “¡Los pobres no pueden esperar!”, sobre la pobreza y la desigualdad en México. Algo que da relevancia a este trabajo es que, además de investigar los factores externos de la pobreza, se buscó escuchar a las personas en pobreza desde su realidad.
Es decir, se les dio la voz para que expresaran cuáles eran para ellas —especialmente para las mujeres pues, como se ha dicho en muchas ocasiones, la pobreza en México tiene rostro de mujer— las condiciones que perpetuaban en sus familias el círculo vicioso de la indigencia.
“El alcoholismo —dice el estudio— aparece como un problema de salud pública y como una constante en las historias de vida, es un problema que se vive no sólo en la casa paterna sino que se repite después en la vida matrimonial y se acepta como algo común, con todos los trastornos que trae consigo, por ejemplo la violencia y desintegración familiar o la pérdida del empleo”.
Desde luego, las causas del alcoholismo son muchas. Pero una de ellas, sin lugar a dudas, ha sido la aceptación del consumo de alcohol como una conducta social de prestigio o, cuando menos, como una conducta inocua, de camaradería, de sociabilidad y amistad.
Y los promotores principales de ese “ambiente de percepción” han sido y siguen siendo los medios, especialmente los medios que combinan imágenes y sonidos, los audiovisuales. A la prohibición de publicidad explícita o de publicidad sin advertencias, ahora el consumo de alcohol, junto o asociado con el de tabaco, se ha trasladado a los contenidos y a las prácticas. Para anunciar teléfonos celulares —por ejemplo— se buscan bares de chavos que se la están pasando bomba. Para ligar no hay otra que el antro. Para divertirse siempre estará una bebida dispuesta.
Si el alcoholismo es un problema de salud pública, casi se diría de viabilidad del Estado mexicano, bien haríamos en legislar en torno a disminuir o erradicar contenidos de aceptación social del alcohol. Entiendo que es luchar contra intereses gigantescos. Pero si no se empieza por ahí, una de las causas de la pobreza brutal que sufre México seguirá incólume.