Para cuando un niño promedio de clase media urbana llegue a la escuela primaria habrá pasado ya tres mil horas viendo televisión. Para cuando este mismo niño termine la primaria, habrá estado 16 mil horas ante el aparato televisor. Ello indica que dicho niño habrá estado en contacto más tiempo con la televisión que con sus profesores y con sus padres.
Evidentemente, la cuestión de los contenidos de la televisión influye en la fuente de captación de ideas, valores, conductas y principios que ese niño enarbole, incluso por encima de las ideas, valores, conductas y principios que se le transmitan en su casa o en su escuela como propios de su identidad, de sus raíces, de la costumbre.
Gran cantidad de exámenes sobre cultura e identidad mexicanas se han hecho —y se seguirán haciendo— para evaluar el conocimiento que tienen los niños mexicanos por ejemplo de la Independencia. Y en todos ellos salen reprobados. Apenas si conocen los referentes generales de valor que nos dan identidad, que nos hacen ser en el mundo, que nos dan noción de pertenencia. En cambio, cuando los reactivos son de personajes de la pequeña pantalla, la identificación es total, perfecta, acabadísima.
Esto es un toque de alerta a los padres de familia, maestros, autoridades públicas sobre la influencia tan poderosa que este medio de comunicación tiene, particularmente sobre los niños. Quiéranlo o no los padres, los maestros, las autoridades públicas o privadas, la televisión es un medio de educación informal poderoso, que genera en los usuarios más pequeños patrones de conducta, valores y creencias que en nada se parecen a lo que queremos que sea herencia del bicentenario.
También lo es para los maestros y, desde luego, para la escuela. La perspectiva con la que se encuentran los maestros de la escuela de educación básica es que, antes de que ellos le transmitan la historia patria, el civismo, la civilidad, la ética, la espiritualidad propia de los mexicanos, su espíritu de libertad o de autonomía, su legado y su concepción del mundo, a los niños, “alguien” les ha llenado la cabeza de contenidos, la mayor parte de ellos contrarios a la propia condición de “lo mexicano”. Hay que nadar en contra de la corriente más a menudo de lo que parece.
La televisión y, más recientemente, Internet son las dos principales fuentes de obtención de contenidos de los pequeños y de los jóvenes que se educan en nuestras escuelas. Son ellas y su campo de influencia las que tenemos que combatir críticamente, si queremos llevar a cabo la misión de la escuela, la misión de la educación que se nos ha venido derrumbando porque no transmite valores consistentes que no es otra la misión de la escuela, de la educación, junto con la transmisión de conocimientos que arraiguen a la persona a su entorno, le den identidad y le provoquen la esperanza.
Publicado en SIEMPRE! 22 noviembre 2009 No. 2945