La huella de san Francisco en México es patente. En muchos misioneros de la primera hora de la llamada Conquista Espiritual, particularmente en fray Bernardino de Sahagún, a quien yo considero el primer padre de la nación mexicana, y en la religiosidad de millones de indígenas que nos dieron Patria.
Aunque mucho se ha escrito sobre la resistencia de fray Bernardino al llamado acontecimiento del Tepeyac, lo cierto es que el Códice Escalada, el códice que sirvió como prueba contundente de la fecha de las apariciones de la Virgen de Guadalupe a san Juan Diego, así como de la más que probable autoría del Nican Mopohua de Antonio Valeriano, tiene su firma. Y eso, por lo menos a mí, basta para autentificar la historicidad del hecho.
Fray Bernardino representó el genuino espíritu de san Francisco: un franciscano ilustradísimo que, amorosamente, trajo a Jesús a las tierras del Anáhuac y que contribuyó, quizá como ninguno otro de los frailes que llegaron a México en las primeras barcadas (él llegó a fines de 1528 o principios de 1529), a implantar la religión católica entre los indígenas enseñándoles a escribir en su propio idioma, rescatando sus costumbres, su cultura, sus tradiciones, su herencia de siglos atrás y llenándola de sentido cristiano, es decir, de respeto por el otro.
Su influencia fue grande. Por lo mismo, fue perseguido incluso por Felipe II, rey de España en buena parte de la larga vida de fray Bernardino (nació en 1499 en Sahagún, Tierra de Campos, en España, y murió en la ciudad de México, en 1590). Todo por su amor a los indígenas, a quienes nunca consideró inferiores, incluso a quienes les dio un estatus de maestros. El propio Valeriano, autor de nuestro libro fundacional, el Nican Mopohua, fue alumno de fray Bernardino en el Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco. Como muchos otros indígenas, que constituyeron la savia del árbol de México que hoy —mal que les pese a muchos politicas tros de pacotilla— nos cobija con la sombra de la fe y con la virtud de la esperanza. En los pobres más pobres de México, en los indígenas, san Francisco, hermano, tú también eres mexicano.