Es muy conocida la petición de la beata Teresa de Calcuta al poder de EU y de todo el mundo sobre los niños que están a punto de ser abortados: «¡No los maten, dénmelos a mí!». La expresión es maravillosa. Y turbadora. Nos compromete a buscar las formas de justicia, caridad, acompañamiento e inserción social aplicables a las mujeres que deciden seguir el embarazo hasta su término, no obstante existan leyes que les permitan «deshacerse del producto».
La beata Teresa es un testimonio profundísimo de la resolución que deberíamos asumir los cristianos cuando nos decimos defensores de la vida del no nacido. Lo que nos dice esta expresión es que, si somos lo que decimos que somos, debemos trabajar sin descanso para que el nuevo ser venga a un mundo de justicia y dignidad. En otras palabras: para que ese pequeñito que hoy, por la causa que sea, está siendo objeto de deliberación por parte de su madre, con respecto a su vida, crezca arropado de una familia, recibido con esmero por todos los que gozamos del don inapreciable de la vida.
Todos somos Calcuta —desde la perspectiva de la beata Teresa, de quien el próximo 5 de septiembre celebramos 12 años de su nacimiento al Cielo—: una sociedad despiadada, en la que se puede encender una vela; un basural de inmundicias rescatable por el amor sin condiciones, reflejo del amor de Dios. Calcuta está a la orilla de nuestra comunidad, al otro lado del barrio, en el suburbio de mi ciudad, en algunos puntos de la geografía de mi Estado, en el 52 por ciento de los que habitan mi país. Ahí donde la vida está amenazada; ahí donde parece estar suspendida de su riqueza; ahí donde hemos cavado zanjas para echar los cadáveres vivientes de la avaricia; ahí está nuestra Calcuta
Hubo un tiempo en que fue necesario ir a comprobar que existía una «ciudad de la alegría» en el corazón mismo de las tinieblas. Hoy, Calcuta está al lado. Y si queremos ser cristianos de los de verdad —y no esas criaturas blandengues y quejosas en que nos hemos convertido— es nuestra obligación imitar aquí mismo a la beata Teresa. Es nuestra obligación decirle a los pobres, a los desheredados, a los hambrientos, a los no nacidos: «No los voy a dejar solos; no voy a dejar que los maten: soy miserable, pero estoy aquí».