La Cuaresma de 2009 nos ha llegado en plena crisis económica. Lejos de aparecernos como una pesada carga que «encima» tenemos que soportar, es la oportunidad de abrir nuestro corazón al dolor del hermano, origen y meta de la acción del cristianismo; punto de llegada de nuestros afanes en esta vida.
Este año el Santo Padre nos llama a ayunar para poder entender el dolor del otro e intentar compartirle nuestros bienes que, si hacemos un recuento, son muchos.
«Si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?», escribió san Juan. «Ayunar por voluntad propia nos ayuda a cultivar el estilo del Buen Samaritano, que se inclina y socorre al hermano que sufre», dijo el Papa Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas est.
«Al escoger libremente privarnos de algo para ayudar a los demás, demostramos concretamente que el prójimo que pasa dificultades no nos es extraño», agregó el Pontífice en la carta de Cuaresma entregada a los católicos para vivir en profundidad este tiempo fuerte y misterioso. El mensaje es muy claro: de nada sirve privarnos de alimento por cuestiones estéticas o de índole meramente terapéutica. Se trata de ayunar para ayudar más, para ser más desprendidos, para salirnos de la esfera del «yo» y empezar a mirar —con ardor y dulzura—al prójimo; en especial, al prójimo que sufre hambre, soledad, desamor.
Subrayo el carácter libertario y liberador del ayuno. Al marchar ligeros de equipaje marchamos más alegres al encuentro con Jesucristo. El poeta español Antonio Machado decía que así, ligeros de equipaje, deberíamos de partir hacia la muerte. Es cuestión de ir aprendiendo a bien morir; de ir preparándonos desde ahora, ensayando desde ahora el desprendimiento libre del amor. Y no solamente se ayuna de alimentos: se ayuna de imágenes, de prácticas corruptas, de actos que causen molestia a los demás, de ruido, de alteración, de fiesta, de jolgorio, de venalidad, de deseo… Nadie es más libre que el que se desprende de todo lo superfluo. Nadie es más libre que Jesús de Nazaret.