El Observador, este ejercicio de periodismo católico que hemos construido juntos desde julio de 1995, enfrenta hoy, como todas las empresas y las familias de México, la crisis en la que nos han metido la estúpida avidez de unos cuantos y la pazguata inacción de las «autoridades» económicas y políticas del mundo «globalizado» (en el que se globalizan nada más las pérdidas).
Frente al panorama (desesperanzador) de este inicio de año, teníamos dos opciones: a) sostener el precio de portada y buscar más lectores, más circulación en las parroquias, así como explorar nuevas ideas de expansión del semanario o, b) elevar el precio así como, eventualmente, reducir plantilla de trabajadores. Desde luego, hemos optado por la primera alternativa. Y es lo que les quiero pedir a ustedes, amables lectores, respetados sacerdotes, hermanas religiosas, amigos religiosos, pueblo fiel… que nos ayuden a seguir adelante.
¿Cómo? También de dos maneras: a) comprando el semanario en su parroquia, anunciándolo desde el púlpito, tomando más números, o sosteniéndolo mediante una o varias suscripciones; y b) recomendando su lectura, atrayendo al hermano, al vecino, a los amigos, a los compañeros de trabajo, etcétera., hacia este ejercicio periodístico de memoria e identidad católicas, la memoria y la identidad que son —por cierto— el alma de México.
En el número 17 de la declaración Inter mirifica, del concilio ecuménico Vaticano II, se deja asentado con claridad el mandato de la santa Iglesia católica para que medios como el que usted tiene en sus manos puedan seguir propagando el Evangelio:
Puesto que resulta indigno que los hijos de la Iglesia permitan que, por su apatía, la palabra de salvación sea amordazada y obstaculizada por las exigencias técnicas o los gastos monetarios, ciertamente cuantiosos, propios de estos medios, este santo Sínodo les advierte que tienen la obligación de sostener y ayudar a los diarios católicos, a las revistas y a las iniciativas cinematográficas, emisoras y transmisiones radiofónicas y televisivas cuyo fin principal sea divulgar y defender la verdad y promover la formación cristiana de la sociedad humana. Al mismo tiempo, invita insistentemente a las asociaciones y a los particulares que gocen de mayor autoridad en las cuestiones económicas y técnicas a sostener con generosidad y de buen grado, con sus recursos y su competencia, estos medios, en cuanto que sirven al apostolado y a la verdadera cultura.
Ya en el año de 1921 san Rafael Guízar y Valencia andaba promoviendo la creación de un periódico católico, primero de su diócesis y después de circulación nacional (que no llegó a imprimirse y que, no obstante las invectivas del santo, fue un rotundo fracaso), bajo el título de El amigo de la verdad. Tras instar a la gente a suscribirse, reflexionaba de esta manera:
¿Qué es lo que hacemos, pues, los católicos en el curso de nuestra vida para buscar el Cielo? ¿Por qué entre tanto que los enemigos de Dios trabajan con denuedo por pregonar el vicio y la impiedad por medio de la mala prensa, nosotros permanecemos dormidos en medio del camino, dejando el campo libre al enemigo?
La verdad, respondiendo al santo, hacemos bien poco; y más poco todavía con respecto a la prensa periódica. La «mala prensa», si es dado actualmente usar esos términos (más bien, la prensa cotidiana), campea por sus respetos en la tarea de enredarlo todo, de volver espectáculo cualquier nimiedad y de tasar la verdad bajo el binomio (propio de la usura) costo-beneficio. El enemigo tiene todo a su favor. Incluso, a veces, la credibilidad de los católicos.
Hace tres semanas, el cardenal Tarsicio Bertone, secretario del Estado Vaticano, nos indicaba en Querétaro, en su encuentro con el mundo de la educación y la cultura de México, el camino que hemos de seguir para que nuestro país retorne al camino de la verdad: capacidad técnica, humanismo cristiano, temor de Dios, apuesta por la cultura, transformación del corazón, exposición de la Verdad, valor para enfrentar la crítica, celo por las cosas del Señor… y oración, mucha oración a María en su advocación de Guadalupe para que interceda por nosotros y nos quite lo cobardes y seamos capaces de decir sí, en conjunto, al mandato de su Hijo de ir y «predicar desde los tejados».
El Observador los necesita a todos. ¡Ayúdenlo a seguir glorificando el nombre del Señor! ¡Promuévanlo entre los suyos: es buena prensa; es buen alimento para crecer en la fe; es un apostolado de almas que necesita el México de hoy!