Los enemigos

Los principales enemigos del cristianismo —dice Peter Kreeft en uno de los libros más interesantes que he leído estos últimos años, How to win the culture war (Como ganar la guerra de la cultura)— no son ni los liberales ateos, ni los que persiguen a los creyentes; bueno, ni siquiera los propios cristianos light. Los principales enemigos del cristianismo son el demonio y el pecado.

Ya sé que hablar de demonio y de pecado me coloca en desventaja frente a la «espiritualidad new age».  Adivino la ceja alzada de más de uno. Veo el gesto dubitativo, la media sonrisa del que toma con cierta misericordia al conservador, al antigüito, al trasnochado. «Seguro éste quiere volver a la Edad Media». Pues a lo mejor, aunque no es posible. Cuando menos en la Edad Media, en Europa, se tenía temor de Dios, se sabía de la existencia real del diablo y se vivía en el terror de los pecados, aunque fuese de la acumulación de pecadillos, de esos que nos saltamos a la torera a la hora de ir al confesionario.

En fin, todo ese conglomerado de conciencias ligeras, de mangas anchas, de «qué tanto es tantito», de programas de televisión en los que cualquier conflicto se resuelve a catorrazos, nos ha colocado a merced de quien, al encontrar la puerta abierta de la conciencia, penetra y se posesiona de ella, haciéndonos esclavos del mal, convirtiendo al mal en bien: en placer, en poder, en dinero. Ése es el sentido —si es que tiene alguno— de la llamada cultura de la muerte: que lo que prevalezca sea el bien personal, no obstante se logre por medio del mal a los demás.

El quinto Mandamiento, «no matarás», suele ser tomado en cuenta de manera literal por los cristianos. Matar no solamente significa eliminar el cuerpo del otro. También significa eliminar su alma, colonizarla, volverla hacia el mal como sinónimo de vivir bien. No solamente mata quien asesina o suprime al otro. También mata quien lo corrompe o lo usa, como si de un objeto se tratara.

La cultura de la vida nos la anuncian los santos.  El demonio no puede vencer a los santos.  Mucho menos a Jesús.  Nosotros somos invencibles si nos aliamos a Él, si no le abrimos la ventana al Maligno, si no consentimos el pecado.