La crisis comenzó en Boston y el actual cardenal de Boston, Sean O’Malley, invitó a Roma a seis personas que sufrieron abusos sexuales por parte de clérigos: dos alemanes, dos británicos, dos irlandeses. El Papa Francisco celebró Misa con ellos, habló con ellos, lloró con ellos. Le dio media hora a cada uno, después de la eucaristía y el desayuno. El Papa no se anda por las ramas: escuchó los relatos con atención, con disponibilidad. Se sintió tocado por el horror. Y trató de sanarlos con la invencible humildad del que tiene fe. Continuar leyendo