La semana pasada tuvo el Papa Francisco otra de sus maravillosas salidas del protocolo. Iba de un pueblecito a otro en Calabria, al sur de Italia, donde la mafia campea por sus respetos. Ya los había excomulgado a todos, sin distinción, como san Juan Pablo II lo hizo alguna vez en Sicilia (los mafiosos son los mismos que los narcos).
Pero, de pronto, captó a lo lejos un grupo que esperaba verlo pasar como una exhalación. Continuar leyendo