Nadie entre nosotros es capaz de predecir la conducta del otro. Es la libertad, don precioso de Dios, la que hace que el humanismo aflore y se afiance. Una historia que leí alguna vez me dio la impresión de que captaba la esencia de la cortesía cristiana –por un lado—y de la insensatez con que nos conducimos –por el otro:
Cada noche el ciego encendía su lámpara de aceite y salía a visitar a sus vecinos y amigos. Continuar leyendo