La semana pasada concluyó en Buenos Aires la etapa diocesana del proceso por el cual Enrique Shaw podría llegar a ser santo. El primer hombre de negocios que suba a los altares. Murió de cáncer a los 41 años, en agosto de 1962. Tuvo nueve hijos. Fue un patrón ejemplar, al grado tal que cuando necesitó transfusiones de sangre, muchos de sus obreros se agolparon a la puerta del hospital para donarle. Una de las últimas frases de Shaw: “Soy un tipo feliz, porque ahora la sangre que corre por mis venas es sangre obrera; así estoy más identificado con ustedes, a quienes siempre consideré no simples ejecutores, sino también ejecutivos”. Continuar leyendo