Muy independiente de lo que se piense de la nueva estrella electoral de España, el movimiento “Podemos”, lo cierto es que está cambiando el panorama político de ese país, por un lado, y por el otro el modelo de movilización de sus miembros, adherentes o simpatizantes.
El primer paso significativo lo dio la semana pasada al ser elegida la cúpula de “Podemos” mediante una votación realizada por Internet. Continuar leyendo
Para los mexicanos, todas las explicaciones que den las autoridades sobre el caso de los normalistas asesinados en Iguala van a ser nulas. La razón es muy sencilla: desde 2006 las “desapariciones forzadas” no existen en el país. Por lo que se quiera: la guerra de Calderón en contra del narco que sacó a los militares de sus cuarteles y los puso en la calle; la estrategia de atacar por células al crimen organizado de Peña Nieto; la evidente infiltración del narco en la política y en las policías locales… Lo cierto es que el nivel de impunidad con que se manejan los cuerpos del orden en el territorio nacional hace que toda explicación, incluso de buena voluntad, sea una piedra que se lanza al abismo.
Uno de los efectos colaterales, si se me permite el término, del escándalo de Ayotzinapa ha sido volver unánime el rechazo y hacer que se levanten voces, voces creativas, en casi todos los estamentos del país.
El pasado mes de septiembre, al participar en el evento “Los 300 líderes más influyentes de México”, el presidente Enrique Peña Nieto dijo que para combatir la corrupción se debe partir de reconocer que “es un asunto de orden cultural”; y llamó a construir “una nueva cultura ética” en la sociedad mexicana.
os miedos, como las geografías y las modas, cambian de región en región. No se puede hablar de un miedo “universal” pues lo que para algunos es terrible, para otros, simplemente pasa desapercibido. Factor importantísimo de los miedos son los medios de comunicación.
Llevaba muchos años diciendo a mis amigos, a mi hijo, al embajador de Francia, al que quisiera escucharme, que Patrick Modiano merecía —más que ninguno otro— el Premio Nobel de Literatura. Sus seguidores somos una apasionada pandilla de nostálgicos del París de los años sesenta, que no vivimos, pero que a través de él vivimos; de la ocupación alemana de los cuarenta, que él no vivió (nació en 1945, en agosto, cuando la guerra había terminado para los europeos), pero que le ha obsesionado como sus orígenes, como su identidad, como la culpa que arrastra su generación.
Solamente hay una profesión más peligrosa que ser alcalde en México: el periodismo. Según una información reciente de la organización Reporteros Sin Fronteras (RSF), del año 2000 a la fecha (septiembre de 2014), han sido asesinados 81 periodistas; un promedio de seis informadores cada año.
El pasado 25 de septiembre los aficionados al beisbol vivimos una jornada alucinante: la despedida del capitán de los Yanquis de Nueva York, el parador corto Derek Sanderson Jeter. Un jugadorazo en toda la extensión de la palabra. Pero, sobre todo, un profesional, y un ser humano con la humildad suficiente como para procurar no acaparar micrófonos, titulares, rutilantes affaires con las mil novias que ha tenido; como para anunciar que se va del beisbol con un año de anticipación.
En el universo que nos movemos el poder actúa en base a promesas falsas. Es visible pero no real. Actúa pero apenas si se le nota. Está dentro de nosotros, como una espiral de acción que impide la reflexión sobre las cosas y sobre sus causas.
Me ha traído a mal traer el caso de Pedro Ferriz de Con. La verdad, era un tipo al que le admiraba sus pilas bien cargadas y su capacidad de trabajo. No así su modo de tratar las noticias, siempre editorializando, se tratara de coches, modas, ataques terroristas, impuestos, visitas papales o nuevas formas de comercializar el mezcal. Es imposible —e injusto— que un conductor sea, él mismo, la nota. Se nota muy fácilmente. Y elimina la nota.