A estas alturas del año, seguramente ya se habrá dicho todo sobre el “caso Aristegui-MVS”. Sin embargo, hay tela de dónde cortar. Por lo pronto el tan espinoso derecho a la libertad de expresión de los periodistas versus la protección de la intimidad de los funcionarios públicos.
Ignoro las motivaciones de Fernández Noroña, sus mantas y sus marchas. También creo que la conductora de MVS y de CNN no afirmó nada, sino se hizo eco de las exigencias del diputado petista, amigo del jolgorio y de la exhibición pública de protesta. Desde luego, si es lo que dicen que fue, la respuesta de Comunicación de la presidencia fue muy mala: no podemos seguir jugando al gato y al ratón con el tema de las concesiones. Presidentes pasan y la concesión como regalo se queda. Como regalo y como mecanismo de regulación autoritario.
Pero, como siempre pasa, este jaloneo quedó en la especulación. Y es imposible, para el público y para la crítica, tener las cosas claras. Me parece, sin embargo, que la democracia debe basar uno de sus fundamentos en la libre expresión de las ideas, de la palabra, de la información, siempre y cuando no corrompan la delicada cohesión de la sociedad, difamen o llamen a la violencia. Para respetar la opinión de una conductora de informativos como Carmen Aristegui, existe una regla de oro: su solidez, su historial, su trabajo de exposición permanente a los públicos. Y no a la ideología, el estar de acuerdo con sus opiniones, a que lo que piensa me sea cómodo.
En este caso, el peso de la carrera de Aristegui es suficiente como para respetar su postura. Pero —según se desprende de lo que sucedió— al gobierno le irritó la cercanía de la conductora con una corriente de “izquierda”. Y que punzara una pústula de la vida de Los Pinos. Eso no es comunicación: eso es ira política. Y lo que produce es desconfianza en la sociedad.
La libertad de expresión exige una responsabilidad sobre lo que se dice y lo que se piensa que, en la mayor parte de las veces, rebasa tanto a conductores como a empresas y a funcionarios públicos. La responsabilidad está con la gente, con el público, en resumidas cuentas con el país. Los sainetes como éste suelen producirse por posiciones irresponsables de alguna de las tres partes, o de las tres. Y mientras se sigan imponiendo las intenciones de personas sobre el bien público, la libertad de expresión será un mero espejismo, que no construye democracia.
Publicado en Revista Siempre!