Al iniciar el año 2011, el Nuncio Apostólico de Su Santidad en México, monseñor Christophe Pierre, lanzó un mensaje, desde la Basílica de Guadalupe, que sonó muy claro entre los actores políticos que se presentan a iniciar un año decisivo en la lucha por la sucesión del 2012: la paz en nuestro país pasa por el respeto a la libertad religiosa.
Haciéndose eco del mensaje de Benedicto XVI para la pasada Jornada Mundial de la Paz, monseñor Pierre –quien ha trabajado con ahinco para fijar con claridad el laicismo positivo en México– recalcó que sin libertad religiosa es muy complicado, cuando no imposible, el que se logre una paz con justicia, como la que requieren los mexicanos.
No es que aquí sea necesario renunciar a expresar la fe en público para preservar la vida, pero sí existen una serie de trabas, temores, resentimientos, viejas pugnas y restricciones que todavía tienen que ser debatidas entre los mexicanos, para que el laicismo positivo (aquel en el que el Estado es garante del derecho a ejercer un derecho como lo es expresar la fe en público y en privado, sin ninguna cortapisa) se instaure entre nosotros. Dicho en términos de artículos de la Constitución: es más importante fortalecer el 24 que agregarle la coletilla de “laica” a la República Mexicana, tal como se quiere hacer con el artículo 40.
El Nuncio, en coincidencia con el Papa, ha dicho que “la paz es necesaria para superar el año (pasado) lastimado por la inseguridad”. Y el respeto a la libertad religiosa –lo dijo Benedicto XVI en su Mensaje– es uno de los caminos para lograr la paz.
Los estados están acostumbrados a no ver esto. Piensan que la religión, antes que un bien a la sociedad, es un esquema de peligros que hay que limitar. Particularmente nuestros legisladores. Cuando dicen que la República tiene que ser “laica”, ¿qué dicen? A mí me parece que el subtexto es el siguiente: asegurándonos “ciudadanos laicos” aseguramos el progreso de la nación. Se olvidan de algo esencial. El catolicismo (que tanto denostan nuestros próceres) ha sido la contribución más honda para la cohesión de la familia en México. Y la familia es –vista desde la Constitución– la célula principal de la sociedad. Al volvernos “laicos”, ¿no le estaremos quitando a México una de sus escasas fortalezas; uno de sus valores tradicionales?
En fin, sea como fuere, habremos de ver en el 2011 la continuación, quizá el desenlace del tema de la libertad religiosa en México. El 24 contra el 40. Y, por supuesto, si sigue prevaleciendo el silencio de los católicos en estos menesteres, puede que gane el 40. O sea, puede que, una vez más, el camino de la paz se tuerza.
El presente artículo fue publicado en SIAME y en CACM