Al cumplir 50 años de sacerdocio, el obispo de Querétaro, monseñor Mario de Gasperín Gasperín, abre sus puertas a El Observador y habla, «desde adentro» de su vocación sacerdotal, del mensaje del Papa por sus bodas de oro, de su familia, su vida, su futuro. Un recuento puntual y entrañable de un gran amigo, un gran padre y un gran pastor.
Familia: Desde esta altura de los 75 años cumplidos, puedo mirar mi vida con cierta serenidad. Lo que más agradezco a Dios es haberme regalado un hogar cristiano, adornado con la noble pobreza y la lucha por el pan de cada día ganado con sudor y comido con alegría, en compañía de mis padres y mis siete hermanos. Mis padres me enseñaron a rezar, a ir a Misa, a compartir con los hermanos y a trabajar; puedo decir ahora que esta fue una hermosa herencia que me sostuvo durante la vida.
Vocación: Nada extraordinario. El deseo de estudiar me llevó al Seminario y allí fui descubriendo, poco a poco, el llamado de Dios. Yo nunca jugué a decir Misa; iba a la Misa muy temprano los domingos, hice los nueve primeros viernes y vi el ejemplo de los sacerdotes, de mi señor cura monseñor Ignacio Leonor Arroyo, que me invitó al Seminario y del cual sería después sucesor en el obispado de Tuxpan. Mis superiores me dieron la oportunidad de ampliar mis conocimientos de Teología y Escritura en Roma y esa fue mi pasión, estudiar y enseñar. Por eso fui maestro de Biblia y Teología por 20 años en el Seminario de Xalapa. Viví con pasión los tiempos del concilio Vaticano II, de mucha inquietud, de búsqueda, también de algunos descalabros, pero tiempos de bendición. Por Roma vi pasar a los grandes teólogos que acompañaron a los obispos durante el Concilio: a Congar, a Rahner, a Culmann y al joven Joseph Ratzinger.
Vida pastoral: Mi vocación era el magisterio y fueron tiempos felices, colmados después con la experiencia de la vida parroquial. Tuve la dicha de ser párroco muchos años. Allí aprendí más, aunque de otra manera, que en el Seminario. Creo que la comunidad de la barriada de San Antonio, mi parroquia, me marcó para siempre. Los feligreses son grandes maestros de la fe para el sacerdote, cuando éste los sabe escuchar. Le enseñan tanto como los libros. El párroco y la comunidad deben crecer juntos como cristianos y como personas. Sólo así el sacerdote se convierte en verdadero padre de la comunidad.
Mi insatisfacción pastoral: Nunca quedaremos satisfechos del todo con el ejercicio de nuestra misión. Jesús nos invita a reconocernos como siervos «inútiles», porque la última palabra la tiene Dios. Si algo hacemos es por gracia de Dios. Siento todavía un vacío en el corazón al pensar que la Palabra de Dios, la santa Escritura, no ha tomado el lugar que le corresponde en la pastoral. Con grande alegría he visto que las tres primeras proposiciones del último Sínodo de los Obispos del Oriente Medio se refieren a la necesidad y urgencia de que la Iglesia se nutra de la Palabra de Dios. Si la Palabra de Dios hizo el cielo y la tierra, puede también rehacer nuestra fe y transformar nuestra vida. Sin la Palabra de Dios no puede haber renovación de la iglesia ni de la parroquia. Nos hace falta decir: «hágase en mí según tu palabra». La religiosidad popular nos evangeliza si contiene implícita la palabra de Dios y se nutre de ella; si no, nos esclaviza y lleva a la superstición.
Mensaje del Papa Benedicto: El Papa Benedicto XVI ha sido sumamente generoso conmigo en su mensaje de felicitación. Lo tomo como tarea por cumplir y como examen de conciencia por lo que debería haber hecho y no hice. Los fieles deben saber que su Obispo está en comunión con Pedro y así vamos juntos por el camino correcto.
Dos subrayados. Quisiera agradecer al Papa dos subrayados que hace en su mensaje: muestra su aprecio especial por el esfuerzo realizado en dos campos de la pastoral de suma urgencia y poca comprensión: la utilización de los medios de comunicación para difundir el Evangelio y el diálogo que debe existir entre la fe y la razón humana, especialmente en los campos de la Bioética y, en general, en la defensa de la vida y de la dignidad humana. El Papa me ha mostrado su aprecio por el esfuerzo realizado en ambos casos en la Diócesis.
Apostolado de los fieles laicos. Sí: ambos campos son específicos de los fieles laicos, de católicos de saco y corbata, que ponen sus conocimientos profesionales al servicio de la verdad y de la vida. Aquí, el semanario El Observador, que tú diriges junto con Maité, tu esposa, apoyado por un equipo de laicos convencidos de su fe, es un ejemplo hermoso que agradezco y celebro. El Papa lo bendice en su mensaje. Yo creo que somos pioneros en este campo de un «periodismo católico», no precisamente piadoso, sino batallador y de altura, con competencia profesional y en diálogo con la verdad, dondequiera que ésta se encuentre. El católico no tiene miedo a la verdad; otros la desfiguran o la ignoran. Sí; ha costado mucho, porque todavía algunos no alcanzan a medir su impacto, o no saben cómo. Es un reto que hemos emprendido junto con los fieles laicos y que ha dado buenos frutos. Te agradezco, junto con todo el equipo de El Observador, este esfuerzo eclesial.
La defensa de la vida. Aquí los fieles laicos han dado y ganado batallas importantes. Esta es la batalla definitiva, porque si la perdemos viene la muerte, y la muerte la encuentra quien la ama. Son ya parte de ella. Los católicos tenemos el honor de ser el pueblo de la vida y para la vida. En este campo le agradezco al doctor Rodrigo Guerra la fundación del Centro de Investigaciones Avanzadas (CISAV), que menciona el Papa en su mensaje. Las felicitaciones son para él y su valioso equipo de profesionistas especializados en estos campos. Honran a la Iglesia y honran a Querétaro porque honran a la inteligencia.
Colaboradores. Yo quiero externar mi reconocimiento especial a los hermanos sacerdotes por su entrega, aprecio y colaboración. Son las manos sacramentales del obispo y han sido manos hacendosas y generosas. Todas las parroquias de la Diócesis tienen su sacerdote y muchas su vicario. Dios nos ha bendecido con vocaciones sacerdotales y el Seminario ha hecho un buen trabajo. Gracias a todos ellos. La obra material y sobre todo la intelectual que se ha realizado preparando maestros competentes, ha contribuido a una mejor formación de los futuros sacerdotes. Urge renovar la cultura católica en Querétaro para que sea lo que está llamado a ser.
El futuro. Está en las manos de Dios. Dios me ha permitido servirlo largos años como sacerdote y también como obispo en estas tierras queretanas. A la Virgen consagré mi vocación sacerdotal y aquí me la encontré en Soriano como Patrona diocesana. Pensé, al principio, construir la catedral que no tenemos, pero Ella me llevó y concedió la gracia de reparar y embellecer su Basílica. Tenía sobrada razón. Por eso quise darle gracias allí en su Casa, que es la nuestra. El futuro está en las manos de Dios, porque de Él venimos, a Él nos encaminamos. Es consolador pensar que Alguien nos está esperando. Espero, por su misericordia, un abrazo feliz con Él.