“Sería muy interesante que alguien investigara en qué medida los sistemas de comunicación de masas trabajan al servicio de la información y hasta qué punto al servicio del silencio. ¿Qué abunda más: lo que se dice o lo que se calla? Se puede calcular el número de personas que trabajan en publicidad. ¿Y si se calculase el número de personas que trabajan para que las cosas se mantengan en silencio, cuál de los dos sería mayor?”.
La pregunta viene de Ryszard Kapuscinski en Cristo con un Fusil al Hombro, reeditado por Anagrama. Y la situación en la frontera Norte de México con Estados Unidos la revive con intensidad. Durante las últimas semanas, por desgracia, la guerra del narcotráfico ha ganado la partida. Los medios de comunicación han sido reducidos al silencio. Nos enteramos de los horrores que viven en Reynosa, en Matamoros, en Nuevo Laredo, en Ciudad Juárez por los medios ciudadanos, por las redes sociales, por Internet. No por los medios tradicionales, empantanados en la denuncia sin fundamento o en el excesivo voltear la cara hacia Los Pinos y exigir, desde ahí, que las cosas cambien.
Trabajar a favor de la información —en la perspectiva que describe Kapuscinski— no significa irse a jugar el pellejo a las calles de las poblaciones limítrofes con Estados Unidos. No. Entiéndase bien: trabajar a favor de la información es otra cosa; es dar a conocer —con datos duros en la mano— cómo se ha venido corrompiendo el sistema de valores de referencia en el país (de lo cual, muchos medios han sido testigos cuando no partícipes) y por qué hemos llegado a donde hemos llegado: por privilegiar el éxito económico sobre cualquiera otra cosa; por hacer, mediante la explosión erotizada de las imágenes publicitarias, que hombres y mujeres se consideren objetos unos de los otros, en fin, por reservar la moral y el respeto por la dignidad humana a cosa de risa, de viejitas, de mochos y de retrasados mentales.
Trabajar a favor del silencio es hacerle el juego a las causas del crimen, del narcotráfico, del “dinero fácil”, de los “polleros”, de los proxenetas, de los traficantes de niños, de los “promotores” del turismo sexual. Si cuando Kapuscinski escribió Cristo con un Fusil al Hombro (1975), trabajar a favor del silencio significaba, entre otras cosas, encubrir el terror de las dictaduras (de derecha o de izquierda), hoy es otra cosa: es dejar “jalar” a los maleantes poniéndoles a modo la materia prima de sus fechorías, el ambiente sobre el cual se pueden realizar y hasta el pretexto para llevarlas a cabo.
Publicado en revista Siempre